Thursday, August 17, 2006

Los Ascensores

No hay nada más aburridor que oír las conversaciones insulsas en los ascensores. Cada vez me doy cuenta de la cantidad de boberías que estamos obligados a escuchar por el hecho de tener que utilizarlos. No tanto son las sandeces que muchas veces tenemos que oír, sino las que también salen sin querer de nuestras bocas. Es como si no soportáramos el silencio y quisiéramos asustarlo con lo primero que se nos cruza por la mente.

Como decía, de los sitios en donde he oído las conversaciones más aburridas y forzadas, son los ascensores los que se ganan de lejos el primer puesto. No incluyo por estar fuera de concurso, las que se realizan en las colas matutinas para reclamar la cédula en la Registraduría, o las que se tienen en las filas para que lo atiendan en el ISS, porque allá la mentadera de madre no permite apreciar conversación alguna.

Esa cajita que sube y baja, que tiene botoncitos, que puede ser privada y pública al mismo tiempo, es la que hospeda el mayor número de comentarios y conversaciones insulsas. Una jaula que puede ser placentera cuando estamos solos, y muy extraña cuando la compartimos con otros. Yo lo veo exclusivamente como un medio de transporte y mi actitud cambia de manera radical dentro de esos espacios.

Procuro no musitar palabra alguna en ascensores. Me da jartera. Si estoy sosteniendo una conversación antes de montarme en uno de esos aparatos, tengo la delicadeza de detenerla y no importunar a nadie con mis disquisiciones. Hay veces, cuando el compañero con quien he estado charlando antes de abordar el ascensor no sigue mi ejemplo, me toca apaciguarlo y enfriar la parlada con monosílabos al entrar al recinto. Aún no he podido aprender cómo actuar cuando a la fuerza he comenzado una conversación pero he llegado a mi destino. Seguir hablando para aparentar ser cordial e interesado, mientras intento escapar lo más pronto posible. Odio montarme en ascensores con gente conversando amenamente, con su regulador de volumen dañado y riéndose. En esos casos de emergencia me invento un olvido forzado y espero para embarcarme en la próxima parada. La única vez que hablo en ascensores es cuando voy solo. Qué delicia. Puedo decir lo que sea, practicar mis pensamientos en voz alta sin que nadie me escuche y aprovecho para mirar desde distintos ángulos mi figura reflejada en sus múltiples espejos. Entre otras cosas, no entiendo por qué los hay hasta en el techo.

Por otro lado, es placentero mirar en silencio el piso mientras viajo en ellos, ver las lucesitas saltar de botón a botón con el premio final del timbrecito al llegar al piso destinado. Hay veces que me quedo mirando la cabellera de la persona al frente mío y sus zapatos brillantes, los relucientes maletines de ejecutivo de los mensajeros con sus portes de prócer y trato de adivinar el contenido de los portacomidas y cajitas que displicentemente cargan los encargados de distribuir domicilios, pero ante todo, evito la confrontación y la cursilería dentro de esos espacios; quizás por la simple razón que uno no se puede escapar, no hay donde esconderse. Es una jaula sin escapatoria.

El tema de conversación más frecuente dentro de los ascensores es sobre el clima, tópico en el que abundan los Max Henriquez. Confío en que algún científico encuentre el genoma que contiene ese impulso de hablar acerca del clima cuando no hay nada más que decir, o algún sociólogo o sicólogo que halle la explicación a ese impulso atávico de nuestro género. El clima es el más popular y aburridor de los temas para romper el hielo en el ascensor: “Qué calor está haciendo”, “Parece que va a llover”, “No sé cuando va a parar el invierno”. A nadie le importa de verdad y soy radical en mi posición de abstenerme de participar en ese “original” tópico de conversación.

En mi actitud y comportamiento de silencioso usuario de ascensores no estoy solo. A Einstein se le prendió el bombillo para desarrollar su Teoría General de la Relatividad, al darse cuenta que dentro de un ascensor oscuro y silencioso moviéndose a velocidad constante, el pasajero no puede saber ni percibir si está ascendiendo o descendiendo. Quizás en el silencio este la solución…


Zaloart@yahoo.com

3 comments:

Lazy Genie said...

...dicen por ahi que las palabras son una mancha innecesaria en el silencio.

Agustina Fuenmayor said...

es que a muchas personas les da miedo estar en silencio porque es un tú a tú consigo mismo.....es enfrentar la soledad rodeado de gente......es no aceptarse.......

Eche, yo. said...

Y musiquita de fondo entre arítmica y maricona, jajajaja