Thursday, December 28, 2006

A Punta de Gaseosas

Como tuve oportunidad de contar en un pasado articulo, soy experto haciendo filas; actividad a la que reconozco le he “cogido el gustico””, y que me permite autocalificarme como filo-sofo, en el peor sentido de la palabra. Esta fila-sofia que muchos consideran un sadismo no la he adquirirdo teniendo en mente el entrenarme prematuramente para la vida de pensionado. Sino por las vivencias unicas que esta actividad permite y de la cual nunca podran gozar nuestros flamantes VIP. Recientemente he tenido que gestionar una visa y con gran alegria me percate que el pasaporte no tenia paginas libres y que tendria la fortuna de participar en las colas previas a la sacada de un nuevo documento en Barranquillla. Confieso que los comentarios positivos sobre la amabilidad y eficiencia de los funcionarios que atienden la oficina me entusiasmaron ya que segun lo que comentaron varias personas “No tendras que hacer fila y en un dos por tres te entregaran uno nuevo.”

A decir verdad, las experiencias mas emocionantes, reconfortantes y didacticas en todos los sentidos es el paseo para obtener documentos publicos, ocupando en el primer lugar la odisea para obtener la cedula en Barranquilla. Y no lo digo en un sentido ironico, aunque es el que mas aflora en mi mente. Lo digo en un sentido casi sublime, bello, en donde por fin, y por lapsos, se puede ver el arbol entero de relaciones entre los ciudadanos que buscan el preciado documento.

La sacada de cualquier documento publico en Colombia siempre trae recuerdos. Anoro esas madrugadas tibias sentado en un bordillo mientras la fila, un cienpies gigante, avanzaba al ritmo de un merecumbe imaginario inspirado en las procesiones de Semana Santa. El sonido del aire acondicionado goteando con timidez en la esquina de un recinto. La astucia requerida para cuidar con desconfianza los puestos en la fila mientras se revisan con recelo una y otra vez los requisitos, fotocopias, papeles organizados en una carpeta. Todas estas vivencias, los pasabocas accidentales consumidos en ayunas y la satisfaccion del deber cumplido se estampan en el subconsciente, actuando como mecanismo de defensa para nunca, nunca perder ese documento por el que se hizo tal sacrificio.

Me contaban que sacar un documento de uso publico en el 2006 era completamente distinto al proceso de sacarlo en 1995. Con la intencion de verificar la efectividad de los nuevos procesos administrativos, no madrugue tanto. La noche anterior fanteseaba con un recinto como el de las peliculas de Kubrik, higienico, moderno, austero, silencioso, eficiente. A las ocho de la manana me encuentro frente a la oficina de pasaportes, y un personaje sudado pero bien presentado se ofrece a brindar informacion. (Se desconfia inmediatamente: que quiere? Por que tan amigable? Ojo, fijo te va a clavar con alguna vaina rara Un chanchullo…Tendre una cara de perdido tan delatadora?) A pesar de todas las alarmas hay algo que me dice que ha hecho esto muchas veces Tiene una camisa azul, y una corbata como de cuero de iguana. Existe una temperatura de cuarenta grados, y como mama ganso-guia de turismo experimentado expone todos los posibles obstaculos y ofrece todas las soluciones a estos. Sin querer queriendo,termino sacando las fotos fondo blanco donde el primo del guia y las fotocopias necesarias con su hermano menor y tomandome una gaseosa en la tienda de su mama antes de entrar a la oficina de pasaportes.

Con la armadura de fotos y fotocopias ya lista estoy por aventurarme a obtener el tan anhelado documento. En esas se me acerca el otro primo del man de la camisa azul. Me dice que le de para las gaseosas y asi ahorrarme una fila de una hora para hacer la consignacion necesaria. Gaseosa vs. fila Fila vs. Gaseosa. Gaseosa vs. Fila. Ya un poco sudado, la pienso, y sucumbo ante la tentacion facil de dar para “las gaseosas” a pesar de mi aficion por hacer colas. Soy culpable, me siento culpable por no hacer mis filas con dignidad y sucumbo ante la propuesta del primo. Impavido, veo como la maquinaria se mueve: del anonimato salen primos, tias, sobrinas y en cinco minutos tengo mi volante de consignacion. Pan salido del horno, engrasado por mi complicidad. Muy mal, ya con ese volante de consignacion, con que se esfuman todos los debates morales y se entra al recinto donde se empieza el proceso final. Me dan la ficha 65, y apenas van por el 41.

El recinto es cuadrado. Tiene una columna en el medio, y el aire acondicionado al parecer no funciona; aunque aun no esta goteando. Creo que el cuarto tiene las medidas reglamentarias para una mesa de Ping-Pong. Hay cuatro ventanillas, con matronas diligentes y cordiales. Solo veo un computador, y detras unas ninas pegando hojas con pegastick. Una de las matronas de ventanilla ruega el favor de mantener silencio para agilizar el proceso de poner huella, verificar datos etc… mientras tanto en el salon ninos lloriquean, se echan chistes, gente comenta acerca de requisitos faltantes, fichas ya mencionadas y todos estan pendientes de los primiparos que entran por la puerta. Al fondo del cuarto, hay un fotografo con un kimono azul tomando fotos a ultima hora, al lado de un saco, una camisa y una corbata que en alguna epoca vistieron a un Ano Viejo o a Joselito Carnaval. Entra la dicharachera servidora de tintos, quien como perro en misa se pasea por las ventanillas y a cada uno les sirve su tinto personalizado. Hay aproximadamente cuarenta personas en el cuchitril y la temperatura va aumentando. Al cabo de una hora, de poner mis huellas varias veces, de deletrear mis apellidos, de firmar en unas libretas grandes, al fin me entregan el documento. Fresco. Salido del horno, con nostalgia dejo atras a la tribu hambrienta por el mismo requisito.

Salgo del recinto. Me despido con una alzada de la barbilla del man de la camisa azul, y su primo el fotocopiador. Veo el mansito de “las gaseosas, quizas buscando mas gaseosas…tendra mucha sed pienso yo. Pienso en Kubrik, en la era de los computadores, la Inquisicion y salgo con el saborsito en la memoria de haber probado algo nuevo. Haber sido complice y critico de la misma maquinaria responsable de forjar mi identidad ante el Estado. La revolucion de los sistemas computarizados se trunca y es derrotada por la aficion a las gaseosas, a las fotocopias, filas y de todo de lo que vive en las “unidades de soporte” de nuestras entidades publicas. Al terminar mi travesia, con el sentimiento de culpa del deber cumplido, lo unico que se pasa por mi cabeza es fantasear acerca de la tomada de gaseosas en los anos por venir.

Thursday, November 30, 2006

La Visa Para el Gordo

Hace unas semanas en Venezuela prohibieron el ingreso de Santa Claus o San Nicolás. Las oficinas de inmigración tienen la foto del gordito pegada en cada ventana. Se dio a las autoridades la tajante directriz de negarle la entrada y decomisarle en la aduana cualquier mercancía. Tienen la orden perentoria de enviar sus renos a un zoológico y de remate, por si las moscas, taponar las chimeneas existentes en las casas. Al pobre gordo le quitaron la visa venezolana, y se la han extendido a tres árabes que montan en camello. Dicen que es para promover la política anti-yankee del país vecino y congraciarse con los Reyes Magos de Oriente.

En Colombia no existe veto alguno a Papá Noel. ¡Es más, a punta de Nieve Navideña, desde noviembre se le empieza a dar la bienvenida! A pesar de estar en el Caribe Colombiano, se vende una especie de espuma envasada en aerosoles con la cual rocían superficies de ventanas, techos, y paredes incandescentes por el sol tropical. Ese poco de nieve, quizás tiene el objetivo de engañar a San Nicolás y a su manada de caribúes en la improbable eventualidad que atraídos por la artificial blancura, se les dé por pasar por nuestras caribeñas tierras.

Lástima que no existan chimeneas en el Caribe por donde pueda entrar Santa Claus a nuestras casas. Lástima. Para compensar, tenemos un pino de plástico como arbolito de Navidad. El árbol de Navidad original, un evergreen, (siempre-verde), se tala, y se le lleva a la casa impregnando todo el espacio con su aroma. Acá se le saca del cuarto de San Alejo, se arma con instrucciones bilingües y se le meten un poco de luces chinas. Los arbolitos en el hemisferio norte duran uno o dos meses; acá, hasta 50 anos y están hechos de un plástico no biodegradable y de vida eterna, resistente al calor, al comején y a las polillas. Vive apretujado en una caja guardada en el cuarto de San Alejo, durante 11 meses del año, y cuando se saca impregna la casa con un aroma a guardado. Ese es el olor de la Navidad gringa en el Caribe.

Para brindarle una calurosa bienvenida a San Nicolás, se arreglan las casas con un montón de matas puntiagudas de plástico, moños rojos, bolitas de oro, y para rematar, muñecos de nieve. Tres bolitas de raspao sin sabor con caras felices adornan los espacios a una multitud de personas que no conocen ni conocerán la nieve y ni la quieren conocer. Para promover la Navidad en Centros Comerciales y almacenes, tienen dobles de San Nicolás flacos y morenos, algunos con el tufo característico que deja el Ron Blanco, riéndose Jo, Jo, Jo, y así el espíritu navideño criollizado se esparce por la ciudad.

Para la cena, mientras San Nicolás esquiva con su trineo los goleros que merodean el aeropuerto, se sirve pavo en muchas casas. El pavo, que es un pollo grande, se ofrece con unas salsas dulces para enmascarar lo sobrio de su sabor. Al pavo se le arregla con manzanas, uvas y otras frutas no vernáculas, para que visualmente se vea apetitoso… cumple la misma función que la navinieve para el paladar. Ah sí, y todo se pasa con Coca-Cola…

Esta es la Navidad que más se parece a la de las películas gringas. Faltaría incorporar la bufanda y los guantes, y comprar mucha, pero mucha navinieve. Ojalá que ningún niño lea esa columna, pero la verdad es que nadie va a venir: Ni un gordo volador, ni tampoco tres manes montados en camello. En esa espera ficticia de unos extranjeros, lo importante es compartir en familia, acompañados de vecinos y amigos, la tradicional fiesta magna de la cristiandad. Ésta no es una crítica xenófoba, más bien es un llamado a ampliar el concepto de celebración para que no esté regida únicamente por símbolos que no tienen nada que ver con nuestra idiosincrasia.

Siguiendo la tesis de un amigo, en una época de calor humano, de unión familiar, es más apropiado festejar la Navidad con un sancocho de guandul, hayacas, pasteles trifásicos, que con el insípido pavo, y definitivamente un pesebre autóctono, lleno de palmeras, daría más sentido de pertenencia a la celebración de la Navidad. Por mí que no sólo no le den visa a Papá Noel, sino tampoco al pavo.

Las Incomodidades

Las incomodidades, esas molestias que nos afectan y que normalmente no alcanzan el nivel de disgustos, son percibidas de manera particular por cada persona y creo tienen mucho que ver con condicionamientos adquiridos o hasta heredados. Normalmente no tienen carácter absoluto y no son comunes a todos los mortales.

Hay muchas cosas que incomodan. Algunas son conceptos, pensamientos etéreos que no encuentran su materialización en el mundo real, pero mentalmente aparecen cambiando nuestra relación con el entorno. Las incomodidades incluyen desde pensamientos, hasta esas situaciones fugaces con las cuales nos topamos día a día, y que por esfumarse tan rápido no tenemos tiempo para recordarlas. Por ejemplo, no creo en la reencarnación, pero por si las moscas existe, me resulta incómodo pensar en la posibilidad de reencarnar en una jirafita. La caída al nacer debe ser dolorosa, pero de existir, preferiría reencarnar en animales más pequeños y ojalá acuáticos como belugas o hipocampos.

Incomoda cuando los odontólogos insisten en sostener conversaciones con los pacientes mientras le embuten aparatos para chuparle las babas. Uno con la boca abierta llena de cubetas, mini toallas de algodón, aparatos varios; y el odontólogo, como pato mirando avión, esperando una respuesta. Produzco una cantidad asombrosa de saliva y me incomoda el que me pongan la aspiradora a toda velocidad para evacuarla y al intentar responder las preguntas del dentista, sólo salen los sonidos característicos de quien hace gárgaras.

No es cómodo desearle feliz cumpleaños a desconocidos. Felicitar a un cumplimentado que nos acaban de presentar, que sabemos que no veremos más nunca, es incómodo. No amerita una felicitación quien se borrará de nuestras mentes en menos de lo que canta un gallo. Ni para qué mencionar a los que se auto celebran y dicen: ¡Felicítame que estoy cumpliendo años! Ahí sí el no saber qué decir adquiere todo su esplendor.

Siguiendo con el mismo tema, incomoda aquella gente a quienes hace tiempo no vemos y lanzan ráfagas de sinónimos de saludos sin escuchar nuestra respuesta: Hola, ¿que más? ¿Qué has hecho? ¿Cómo te ha ido? ¿Qué tal la cosa? ¿Cómo va todo? A todas se contesta con la misma respuesta sorda, la cual se ha perdido entre la catarata de preguntas. Un esfuerzo inútil por disimular la angustia de no saber cómo devolver el saludo.

Incomoda la gente que estornuda sin estilo. Una palabra tan bonita como estornudo, debería tener una representación que haga honor a la palabra. Esos que parecen signos de puntuación silenciosos, incomodan. Prefiero los despelucados, sonoros, que no se cohíben ni autocensuran.

Incomoda ser víctima de peticiones de limosnas en el momento justo antes, durante o después de comer. ¿Con qué autoridad moral puedo negar una limosna teniendo la boca llena, masticando un pedazo de carne? La culpa invade, se evita mirar a los ojos a ver si así las cosas se pueden solucionar. Nunca se solucionan así, y sin embargo se sigue perpetuando el ritual. Prefiero ser abordado cuando ya la comida lleva al menos dos horas en proceso de digestión.

Es incómodo cuando se responde con un “que Dios le bendiga”, “que Dios te lo pague”, en vez de agradecer en primera persona. Prefiero un gracias, a que un intermediario invisible por poderoso que sea, me lo agradezca invisiblemente con palabras invisibles. Un agradecimiento directo, es mejor que delegar la responsabilidad de agradecer a un tercero; y más, siendo alguien omnipotente y omnipresente.

Es incómodo ser víctima de requisas flojas al entrar a centros comerciales, teatros, estadios, almacenes, etc. Con cara de aburrimiento los guardias de seguridad inspeccionan maletines, carteras y mochilas, con dejadez y parsimonia disléxica. Es como si conociesen de memoria todas las carteras, y quizás todas las intenciones dentro de los cerebros de los visitantes al repetir desganadamente el rutinario e inútil proceso.

Incomoda esa gente que con el pretexto de hablar acerca de un suceso de moda, se rebusca la forma de meter su cucharada. Todo el mundo quiere tener algo con el cuento, mostrar cómo se está conectado, agarrado con aquellos sucesos que merecen difusión en los medios. Por ejemplo, si hay un crimen, cada quien desempolva sus telarañas y empieza a pescar en río revuelto con su aporte a la historia: Que la víctima se hacía las uñas en tal salón; que el asesino jugaba dominó con el nieto del primo del amigo hace unos años; que yo lo vi en tal fiesta pero estaba súper bien; que mi prima estudió con ella en el colegio. En fin, se busca por dónde encontrar una caída para merecer unos minutos de atención en su papel de rémoras del cuento.

Incomodan días como éstos, en donde la incomodidad y todos los momentos incómodos se empiezan a escurrir dentro de las paredes y se recogen en un refractario blanco, plano y liso. Es incómodo repetir tantas veces la palabra incómodo, y el non-plus-ultra de las incomodidades es la que se siente cuando en este final de año nos preguntan: Y cómo va ese Junior?

Zaloart@yahoo.com

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Saturday, November 25, 2006

V.I.P

Very Important Person. Persona muy importante. Ahora todo el mundo quiere ser importante. Figurar en periódicos, revistas, ser atendido como realeza, etc. Los conciertos, bares, discotecas ofrecen unas especies de jaulas con muebles incómodos en donde se promete garantizar el estar aislado de la plebe y en cambio “gozar” de la compañía de personas importantes de “verdad, verdad” o en su defecto con algunas artificiales y momentáneamente importantes.

En un país acosado por un sentimiento de inferioridad, al no tener reyes, príncipes o princesas para lambonear, se ha recurrido a múltiples concursos para exaltar las ganas de tener a alguien con trono o corona. Reinas de los más variados productos agrícolas y minerales: Desde reinas de frutos exóticos como el borojó y la cañandonga, hasta del carbón (¿me pregunto si hay de la caprolactama y del cucayo?) Reinas del bambuco, sanjuanero y del dividivi. Reyes vallenatos, Reinas del Carnaval y Reinas de Belleza, y hasta del Despecho. Si se analiza bien, es una cultura que busca tener sangre azul, tener sirvientes que prueben la comida para verificar que no esté envenenada, y que se nutre y alimenta de leyendas alrededor de la mesa del Rey Arturo. Lo que importa es coronar. Coronar sin que lo coronen a uno.

Volviendo al concepto V.I.P. y las ansias por coronar, ¿coronar que?. Aquellos que no estamos en la jugada para ser rey o reina, nos toca lidiar con el concepto V.I.P. Las zonas V.I.P están generalmente cerca a una tarima en donde se puede apreciar mejor un espectáculo, o muchas veces aislado de la chusma. Y por chusma, para usar palabras del Chavo del Ocho, me refiero a todos esos mortales que no quieren, ni se desvelan por comprar una importancia artificial efímera. El V.I.P. ofrece ese sentimiento de felicidad prestada por no hacer fila, por sentir que somos el ahijado de algún rey extinto. Qué delicia. Qué placer, el poder despegarse de aquella realidad aburrida y como burbujitas de champaña flotar entre la crema y nata, creada también artificialmente.

Como está de moda el concepto, no me sorprendería ver V.I.P.’s en recintos destinados a actividades diferentes a espectáculos. Quizás las aulas de clase puedan tener zonas de este estilo para niños aplicados o soba chaquetas. Iglesias podrían tener una zona V.I.P. para aquellas personas que más rezan o que más diezmos dan. Quien quita que para pagar impuestos, cuentas en Bancos se instale una línea V.I.P. para los que pagan a tiempo, mientras el resto de morosos sudorosos espantan moscas con sus recibos vencidos. No me extrañaría que muy pronto empiecen a proliferar zonas V.I.P. en comederos populares donde se ofrezca a los distinguidos comensales alternativas como chicharrones depilados con láser, sopas de mondongo con aroma de Chanel No. 5 o bollos de yuca completamente orgánicos. La importancia hay que crearla de manera artificial; poner un avisito, establecer una regla insulsa, enjaular una zona, poner un guardia de seguridad, inventarse una baranda…qué se yo.

Con la construcción de un muro extenso en la frontera entre México y Estados Unidos, este concepto de V.I.P. adquiere su máxima expresión. Los gringos no quieren tanto chilango deteriorando su idioma, limpiando platos, ensuciando sus costumbres anglosajonas establecidas. No se quieren contaminar, y la solución es construir un paredón de 6 metros de alto. El concepto del V.I.P es en cierta manera lo mismo. Una separación, una segregación, un apartheid mas bien económico. Para ser importante se necesita plata. Para ser importante se necesitan las ganas de ser importante. Por eso ya no sólo hay V.I.P.’s, sino súper V.I.P’s, V.I.P., Platino, Oro, Diamante. Falta todavía que se inventen un V.I.P. Kriptonita únicamente para multimillonarios, o súper hombres diferentes de Clarck Kent. Esta segregación artificial y arbitraria incentivada y estimulada por la promesa de una foto con nuestro Jeep Set que se muere de ganas por que lo retraten rodeado de la farándula criolla, o por el placer de estar a cinco mesas de alguien verdaderamente importante, es lo que mueve a nuestra realeza de agua dulce. Reyes y reinas sin corona y sin blasones, sin súbditos, sin reinos, sin ejércitos, sin nada y autoengrupidos en su fugaz y efímera sensación de sentirse importantes.

Friday, November 3, 2006

A Tono Sin Tono

Todavía recuerdo estar al frente de un teléfono esperando pacientemente que diera tono. Pertenezco a esa generación que presenció cómo funcionaban los teléfonos fijos antes que padecieran su masacre por parte de los celulares. Esos equipos eran mamotretos, carcazas negras o verdes en donde uno metía el dedo, giraba una ruedita plástica, y por arte de magia en el auricular se escuchaba una voz. Los teléfonos fijos siguen siendo para mi aparatos curiosos y pesados; parecidos a tortugas prehistóricas, que en algunas películas recuerdo haberlos visto ser usados como armas contundentes.

Si no estoy mal, no se hablaba mucho por teléfono y sólo se utilizaban para fines específicos. Se hacía una cita y se salía de la casa con la confianza, convicción, certeza, seguridad de que las cosas iban a tomar lugar de acuerdo con lo programado a pesar de las entropías y vericuetos de la vida. El margen de error permisible era mínimo. Si se acordaba que el partido de bola de trapo era a las tres; era a las tres. La parlada era breve, ya que aburría esperar tono y cansaba sostener ese auricular por más de cinco minutos. Requería, exigía otra relación con el mundo, una confianza miope o casi ciega en el otro. Engañosamente se creía que las cosas siempre saldrían conforme a lo planeado. En resumen una visión determinística en un mundo caótico lleno de incertidumbres.

La generación que nace con el juguete nuevo del celular conjuga sus acciones de una manera completamente distinta a aquella de la época pre-celular. Ahora en cualquier momento potencialmente se puede contactar al otro. Es factible avisar con un dedo si se llega tarde, si no se va a almorzar, si estás en un trancón, si vieron a la novia de tal con otro, si la rumba está aburrida y que se va a otro lado, etc... De forma inmediata se puede cambiar el transcurso de la vida; no hay esperas, no hay demoras, no se ejercita la imaginación con hipótesis ficticias de por qué las cosas no suceden. La actual generación actúa, el momento es ahora, se minimizan las demoras.

Qué eventos se habrían podido evitar si los celulares hubieran existido desde hace siglos. El pobre Noe, borracho y mareadito por el olor a mapurito y cabullita de mico por el encierro en su zoológico flotante, con sólo un mensaje de texto: “PARÓ DE LLOVER. DIOS”; se hubiera evitado meses de martirio y tener que esperar a ver palomas volando con ramos de olivo en su pico para saber que el diluvio ya había terminado.

Si Penélope y Ulises hubiesen tenido celular, con sólo un mensajito de Ulises: “NO ME ESPERES, ESTOY EMBOLATAO. ULISES “; Penélope se habría podido ahorrar tanta tejedera y hasta hubiese podido sacar su colección Primavera-Verano.

Con celular no hubieran existido obras como la de Romeo y Julieta. Si ellos hubiesen estado suscritos al plan que permite hablar ilimitadamente, con sólo una llamada corta se habría podido detener esa tomadera de venenos de mentiras y de verdad. Y así, se me viene a la mente que hubiera sido de Napoleón en Waterloo con un celular? Será que los hermanos Morales habrían insistido por el mismo florero feo de Llorente si hubiesen tenido la oportunidad de llamar a otra persona? Pienso en las guerras, tragedias, accidentes, creaciones literarias y artísticas que han podido ser evitadas, provocadas o modificadas con sólo estar suscrito a alguno de los múltiples planes con que nos bombardean a diario las empresas de teléfonos móviles.

Para colmo de males, ahora casi todo el mundo tiene celular. El antiguo teléfono que bailaba con parsimonia a punta de un tono ya es un concepto difícil de concebir. Ahora ya no existe la espera por el tono. El tono brindaba ese último momento de meditación, de recapacitación, el valioso instante que sirve para arrepentirse si se hace o no la llamada. Ahora los celulares graban los números, los tienen identificados. En algunos casos se activan llamadas hasta con la voz y en otros hasta con el mismo pensamiento. Hay de todos los colores, sabores, piticos, vibraciones, etc...

Ya no es el celular, como hace pocos años, símbolo de estatus cuando el que tenía el aparatico se distinguía de los otros mortales por su aire de sobradez cuando conversaba, normalmente en voz alta, para que lo oyera todo el vecindario. Ahora la perrateada del aparatico ha llevado a extremos tales que quien no lo tiene o es un excéntrico o está padeciendo una malaria que lo mantiene llevado.

Pero como todo tiene una compensación, aquellos que aun tienen teléfono fijo en su casa, lentos y pesados como tortugas de limitada movilidad, pueden estar seguros que nunca se los robarán. En cambio los usuarios de celulares móviles ágiles y rápidos como liebres, estamos permanentemente asediados por una ralea de ladrones de manos finas que hurgan los recovecos más escondidos de nuestra vestimenta en busca del mágico aparatito, al que cazan con pasmosa facilidad.

Friday, October 27, 2006

La Ciudad y los Ruidos

Suena la alarma. Abro un ojo con dificultad. Sin abrir el otro, extiendo mi mano y trato de apagar la alarma. La apago. El no abrir el segundo ojo es lo que me mantiene aun inmerso en ese mar de Morfeo (no lo abras). Se escucha un perro ladrar en el fondo de su océano. Ya se calló. Me zambullo en mis últimas eternidades de sueño. Se escuchan camufladas en las paredes el ruido del chorro intermitente de duchas vecinas, vibraciones ultrasónicas que empiezan a filtrarse en el tiempo y el espacio. Delego parte de mi cerebro a que las edite; este manda una señal para que se encojan las orejas, taponando cualquier perturbación. No se acata la orden. Por inercia, intuyendo la ineficacia del cuerpo para resguardarse en el sueño, se abre el segundo ojo. En milisegundos que parecen horas, como perro mojado me sacudo del sueño, y con un abrir y cerrar de ojos (tan fácil suena) estoy despierto.

Los sonidos atacan a toda hora. El cuerpo hace un esfuerzo para editarlos, bajarles volumen, los decibeles, la frecuencia; ponerles “mute”, para seguir con la rutina de Sisifo. Algunos sonidos externos se les bautiza como ruidos y otros como información. En un instante estos sonidos pueden arbitrariamente cambiar de categoría. Una cantaleta del profesor puede ser editada y cambiada a la sección de ruidos. Un silbido al pasar por una construcción puede convertirse en información, dependiendo de la potencial víctima. Una explosión, el canto de un turpial, la brisa chocando contra un vidrio, el susurro del aire acondicionado, ráfaga de tenedores en hora de almuerzo, bombardean constantemente y teniendo a John Cage en mente, se decide si se convierten en ruidos o en información.

El cuerpo también tiene sonidos , se es generador de sonidos al igual que se es receptor. La música o ruido no sólo se genera soplando, pegando, o raspando algo. De forma casi vergonzosa el cuerpo también crea su sinfonía. Eructos flotan hasta explotar en la superficie, vientos salen sin culpa, huesos truenan al doblar el cuerpo, al masticar se escuchan las muelas como congas llevar el ritmo, las tripas se retuercen; culebras en gelatina respondiendo a los gemidos de una comida por procesar. Todo esto se edita. Se le pone una rayita negra en la mitad. No se mira.

A pesar de que se intenta editar, tachar, pasar por alto toda esta información, los ruidos suben a la superficie con una fuerza ensordecedora. Navegar el día con sonidos inconscientemente brinda todo tipo de información, que nos remonta más a esa parte animal que a la calificación homo-sapiens con que nos hemos autodenominado por varios miles de años. Se le ha dado una confianza exagerada a la visión, como dupla goleadora de la razón, dejando sentidos como el gusto, tacto, olfato y oído en la banca.

Para lanzarse a navegar, y recalcar el invento del tiempo sólo es necesario oír y escuchar. La negra gritando Bollooooooo!!!! Anuncia el fin de la tarde por toda Barranquilla. Para qué se necesitan satélites, GPS, campanas de iglesias cuando con aullidos, gritos inclementes de estas Diosas toda la ciudad se percata que la tarde está muriendo. El comienzo de la tarde en toda la ciudad se le adjudica a las gallinas culecas y ranitas cui-cui perfeccionando con la repetición inclemente su canto. Las brisas pegando contra las ventanas y puertas, colándose por las ranuras de éstas, se convierten en termómetros que anuncian que diciembre está cerca. El rumor de pólvora, distantes orquestas y vallenatos a media noche nos ubica en enero y febrero. Y así, cada ciudad tiene sus ruidos particulares y acostumbra a sus ciudadanos a que los vivan de cierta manera; en Cartagena a las 10 a.m. las Maria-mulatas arman su alboroto, quizás preguntándose por las andanzas de Grau. Los domingos y festivos en Bogotá, los pajaritos por fin pueden ser oídos, y los ruidos de buses y busetas, taxis se silencian en el aire. De igual manera me imagino que Mónaco, Moscú, Magangué y Marquetalia morderán a sus moradores de distintas maneras a punta de sonidos. Cada una de ellas con sus ruidos particulares, acentuando ciertas relaciones y escondiendo otras. Creando lazos invisibles y frágiles con los que recorren las calles día a día, pero que quedan escritos con sangre en alguna parte sorda de nuestra memoria.

Thursday, October 19, 2006

El Gourmet vs. El Arroz Blanco

Los cambios en la gastronomía, sin querer queriendo son un reflejo de lo que se vive actualmente en el mundo. Ha habido un boom de la comida fusión, cocina de autor, etc. y creo que todas esas tendencias tienen mucho que ver con la globalización, la idea de la aldea global y su relación entre lo local y lo universal. En un plato se pueden mezclar sabores del altiplano cundiboyacense, caviar del Mar Negro, con emulsiones del sur de Vietnam. Todo esto se presenta, ya que ahora es posible acceder a ingredientes de distintos lugares del mundo con gran facilidad y economía. La época de los fastuosos banquetes burgueses en donde las salsas enmascaraban los sabores de los ingredientes, donde al ojo se le daba mayor importancia que al paladar, se acabó. La “Nouvelle Cuisine” comienza esta revolución con platos discretos diseñados a apuntar distintas zonas del paladar, con mezclas sorpresivas para resaltar el sabor de cada producto, dejando en el comensal una sensación de satisfacción y placer.

A pesar de tanta globalización, cocina de autor, TLC, boom de lo gourmet, yo sigo fiel a mi arrocito blanco. El arroz blanco se consume en todo el mundo; en algunas culturas es símbolo de prosperidad y fertilidad – por algo se le lanza a los recién casados en los matrimonios -. En Indonesia una mujer no es apta para casarse sin antes saber cocinar arroz, requisito, que aquí entre nos y con la venia de Florence Thomas, no estaría demás implantarlo en Colombia. No se sabe a ciencia cierta si el arroz nace en India en el año 3000 A.C. y si se introdujo en América en un barco que encalló en las costas de Carolina del Sur. En fin, todo gira alrededor de un arroz blanco, y como dice un proverbio chino “Una comida sin arroz, es como una mujer bonita con sólo un ojo”. Este grano es la guarnición más popular y elástica conocida. Sirve para acompañar sopas, guisos, carnes, granos y se lleva bien hasta con huevito frito encima (el famoso arroz al volcán). El agua en donde se cocina este cereal también se utiliza para hacer la refrescante agua de arroz y el masato; y para completar su versatilidad, se utiliza la parte que se adhiere al fondo del caldero para producir ese serendipical manjar crocante llamado cucayo o pegao. Es un regalo de los dioses.

Ese regalo de los dioses, se ha perrateado. El arroz es la estrella de los corrientazos que usualmente se venden por toda la ciudad. Desde el presidente de la compañía, hasta el portero de la misma comen arroz en el almuerzo. Y cual es la fascinación con el arroz? Me atrevo a pensar que brinda la flexibilidad necesaria para mezclar las salsitas de los productos acompañantes. El arroz dentro del corrientazo ofrece esa opción. En este festín, el arroz está alrededor de una proteína, ya sea carne, pollo, pescado-(con salsa), plátano o papa y verduras. El conductor de la sinfonía de sabores es el arroz; ya sea para añadir textura, suavizar salsas o potencializar sabores.

Es interesante ver como esta conducta que nace del amor al arroz se adapta para comidas internacionales. En casas he comido lasañas acompañadas con arroz blanco o arroz con coco y plátano al horno, junto una agua panela fría. Me parece válida esa combinación. Es unir la tradición local, con lo ajeno. El interés para tener en el mismo plato una “rumba crossover” de sabores es algo destacable. Al comparar esto con la tradición italiana de secuenciar los platos teniendo un antipasto, un primer plato, un segundo plato y un postre requiere un cambio radical en la manera como se come. Por eso algunos restaurantes italianos de moda no se sienten cometiendo sacrilegio alguno al permitir que comensales exijan que quieren un tercio espaguetis pomodoro, un tercio gnocchis al burro y un tercio capeletti al pesto. Inconscientemente se perpetúa la misma tradición del corrientazo, en donde la gratificación es inmediata, no hay que esperar una secuencia eterna de sabores. La sorpresa se suprime y se cambia por un juego de mezclas y de sensaciones en el mismo plato. Lo dulce y lo salado. Lo frío y lo caliente. Lo crocante y lo blando. Todo al tiempo.

Esta criollización de la comida internacional, creo que es influenciada en gran medida por el arroz. Acaso todas las salsas son para ser mezcladas con éste? Es lo mismo pedir una porción adicional de arroz para combinar con espaguetis de tres quesos, goulash húngaro, pepper steak o pad thai? En unos casos se puede ver como redundante acompañamiento y en otros como el complemento necesario.Quién decide?

Confieso que la preferencia por el arrocito blanco no implica radicalismo alguno ni sirve para descartar los excelsos sabores de una paella valenciana, un risotto italiano, un asopado cubano o un arroz de lisa barranquillero.

A propósito de éste último, no insista en que se lo hagan en su casa porque ni quedará mejor que el callejero ni le perdonarán que la deje impregnada de su olor característico durante varios días y sitiada por docenas de hambrientos gatos. Eso si, si le gusta proclámelo con orgullo y no sea un come lisa vergonzante como algunos de estrato 6 que dejan estacionados sus vehículos lejos de los puestos de venta adonde llegan a pata, piden su porción de mil barras en hoja de bijao extra large, se la comen deprisa escondidos detrás de un palo de matarratón utilizando la cédula como cuchara y en su carrera no tienen la precaución de limpiarse la boca y en especial los labios, que quedan maquillados con un ribete de grasa de tono azafrán-achiotado tan de moda en estos días y cuyo origen será problemático de explicar cuando vuelva a su casa.

Lo ecléctico está por todos lados. Me entusiasma la manera como la gastronomía al igual que el lenguaje, se forja, se recrea y se transforma día a día. El gourmet y el arroz blanco (ni ninguna clase de arroz) son enemigos. Por el contrario, forman un dúo dinámico que busca inventar nuevas combinaciones y convivir pícaramente como cómplices de la buena mesa.

Thursday, October 5, 2006

Es Facil Confundirse

Confundirse es fácil y más en estos tiempos.

Se pregona que lo importante es la personalidad más sin embargo día a día se extiende cada vez más la epidemia de cirugías plásticas para modificar el físico de las personas y se ignora o se menosprecia las características que hacen único a cada ser humano cual es su personalidad. Hace poco pasé una pena cuando me presentaron a una vieja amiga (que no es lo mismo que una amiga vieja) a quien no reconocí de entrada y sólo me di cuenta quien era cuando entablamos un insulso diálogo. Por su físico “Había entrado en el paraíso” pero por su conversación la identifiqué ya que seguía manteniéndose en el limbo, (que entre otras cosas ya se sabe que no existe).

A medida que la vida moderna se vuelve más compleja y llena de opciones y alternativas, las posibilidades de confundirse crecen exponencialmente y con el fin de evitarlas proliferan los avisos. Avisos en forma de pancartas, calcomanías, murales, etc. que pretenden informar, explicar, promover, negar, prohibir, clasificar, en fin, aclarar que cosas se pueden o no se pueden hacer. Esos intentos de clarificar por medio de avisos ha terminado por crear una confusión aun mayor.

En las etiquetas de todas las botellas de licor hay una notica que dice: “El exceso de alcohol es perjudicial para la salud”. No entiendo. Se nos ofrece el veneno y nos hacen pensar todas las repercusiones en un instante. El exceso; qué exceso? Dos o tres tragos Cinco Una botella? Una canasta de cerveza? Es ambigua la cuestión.

En avisos de cerveza, se ven mujeres en tanga pasándola muy bien mientras degustan el producto que mercadean. Todas toman cervezas, y no se les ve esas calorías estancándose en sus barrigas. Estoy seguro que ninguna de esas chicas águila revientan frías, por mucho gimnasio que tengan encima. Será que toman light? En mi caso, la ingestión de frías me ha dado una merecida y bien educada pipa. Me siento engañado entonces.

“El tabaco es nocivo para la salud”. Advertencia que se mimetiza en empaques o avisos que tienden a neutralizar el efecto del mensaje y que realmente busca decir fuma, pero ojo, ese vicio te puede matar. Entonces uno no sabe como es la cuestión. Será que sacrifico un pulmón por el placer momentáneo que me da una fumadita después de la comida? La discreción de cada quién se ejercita ya que es comprobado que es nocivo; la pregunta del año es cuándo y cómo atacará...me confundo también con eso.

“Prohibida la venta de licores a menores de edad”. Los menores de edad son los que quieren siempre crecer a la carrera y ser mayores (entre otras cosas no saben lo equivocados que están). A qué se refieren por menores de edad? Es lo mismo un niño de 7 años que uno de 17? En los quinceañeros, matrimonios, fiestas, se ofrece trago sin importar la edad. Entonces no entiendo hasta donde se ponen los límites y hasta donde se respetan.

”Cómo conduzco? Llame al tel ####” Me confundo también con esos letreros estampados en los vidrios traseros de los buses y camiones de reparto. Como si al conductor, normalmente un emulo de Montoya, le importara la opinión de los colegas o peatones que sufren por sus continuas violaciones a las más elementales Reglas de Tránsito. Le interesa realmente a los dueños o gerentes de las empresas a las que pertenecen esos vehículos la opinión que se tenga del comportamiento de sus conductores? Una vez de ingenuo llamé a uno de esos teléfonos y después de una desesperante espera, me dieron una bailada de indio que aun me mantiene mareado.

Recientemente han proliferado por nuestras calles carros que llevan en su vidrio trasero una calcomanía que nos recuerda que “Dios es amor”. Algunos de esos vehículos son manejados por personas que parece que llevaran al diablo por dentro y que dejaron el amor al Creador en su casa. Esos mensajeros de la convivencia al asistir a los templos frecuentemente " parquean “ sus vehículos en sitios donde grandes avisos indican “No estacionar”. Una vez al solicitarle a un feligrés infractor que moviera su vehículo, de manera energúmena me insultó y mandó al infierno. Esta es la hora que no he podido explicarme lo que esas personas entienden por “amor a Dios”.

Y así, hay muchas situaciones que sin querer queriendo, confunden. Quizás es más fácil detectar las paradojas en éstas, que en el resto de cosas a las que aun no se les ha asignado un aviso o etiqueta. Quizás es preferible entonces no ponerle atención a los avisos y seguir el consejo que le dio un chofer de taxi a García Márquez cuando éste le preguntó por qué hacía todo lo contrario de lo que indicaban las señales de tránsito : “Hey viejo man, aquí en Barranquilla todos sabemos lo que hay que hacer y no le paramos bolas a esas vainas”.

Thursday, September 21, 2006

Cuando los Significados Empalagan

Cuando los significados empiezan a empalagar, las palabras buscan otro tipo de manifestaciones. Es como si las películas de Hollywood se repitiesen una y otra vez todos los días. Esa repetición, esa hemorragia de escenas, de términos, acaban por distorsionar la imagen, y ésta se escabulle modificando así su significado original. De esa manera, unas fresas con champagna, podrían terminar ofreciéndose en un carrito de paletas al lado del man de las butifarras, en el entretiempo de un partido de fútbol. Aquella sensación del primer ósculo a la luz de las estrellas detrás de un Cadillac viendo películas en blanco y negro, se aterriza y se convierte en un beso estampado a trompicones en una verbena a ritmo de vallenato llorón. Esa banda amarilla de hule de “Live Strong” creada por Armstrong en su campaña contra el cáncer, se transforma en una moda, en donde no es suficiente tener una, sino dos en cada brazo y de distintos colores.

Las palabras, al igual que las imágenes sufren una transformación sutil. Es habitual que un extraño se nos dirija como “jefe”, “primo”, “hermanito”. A la que vende corrientazos se le pregunta: ¿Oye mi vida cuánto es? En conversaciones, ese “Mi amor” y “Mi vida”, tienen el objetivo de acercar y poner en su sitio al mismo tiempo: ¡No mi amor, olvídate!, “Hermano, no puedo hacer más nada”. Esas son las conversaciones que presencio entre extraños que nunca se miran a los ojos y se dicen “Mi amor”, “My love”, “Mon amour”. Es inusual hoy en día oír ese “Mi amor” entre personas que sí se quieren. Raro me parece. Una vez que sale el “Mi amor” o el “Primo” a colación, hay que estar mosca. Puede ser un pretexto para ganar de cuento, para engañar de manera inocente.

Lo contrario se ve entre verdaderos amigos y amigas. Toda vez que ese “Mi amor”, ese “Primito”, ese “Mi vida” están tan gastados y no dicen lo que en realidad quieren significar, se terminan comunicando entre ellos con insultos y se mientan la madre espontáneamente: ¿Oye mal nacido como estás? ¿Oye bandida, para donde vas? Se cambian los papeles: los insultos son ahora las flores con que adornamos a nuestras amistades más cercanas. Será por la escasez de palabras en el idioma? ¿Será por la aglomeración, la sobrepoblación de significados para una misma cosa, o será por el mero placer de crear nuevas conexiones entre palabras e imágenes?

El lenguaje siempre busca la forma de expresar lo que necesita. Es la mosca encerrada en un carro que rebota contra el vidrio y la pared hasta que encuentra un hueco por donde escapar y se libera, pero completamente deformada. El lenguaje viene siendo un Frankenstein flotante que siempre muta, siempre intenta vivir a pesar de su origen, buscando conexiones imaginarias y a tres bandas.

“El Abrazo del Pato”, término descubierto para referirse a las gripas y catarros se coló en el vocabulario cotidiano hace unos años. He visto cómo ha evolucionado, desafortunadamente coincidiendo su metamorfosis con mis resfriados. En la época de la pelea de boxeo cuando Tyson le arrancó la oreja a su contrincante con un mordisco… comenzó a mutarse y a conocerse como el “Abrazo de Tyson”, y así sucesivamente. Creo que la última vez tenia el nombre del “Abrazo de Montoya”. Tocará enfermarse a la fuerza para actualizar el repertorio.

Cuánto vale? ¿Ochenta mil pesos? ¿Ochenta mil barras? ¿Ochenta mil lucas? ¿Ochenta cocos? ¿Ochenta puntos?, ¿Ochenta pesos?. Todas estas expresiones se refieren a un mismo valor estando en el bolsillo, físicamente son iguales, y sin embargo, tienen distintos significados. Quizás es que el lenguaje busca lo que suena sensual, aquello que deja un saborcito en la boca para adornar y hacer más afable el día a día. Es recrear de manera barroca el léxico, haciendo que el acto y la imagen sean iguales de juguetonas al momento de hablar.

“Listo Calixto”, “Qué culebra tengo”, “Le sonó la flauta”, “Dame una fría”, “Está en redonda ligada”, “Ajá”, “Eche”, “Cuadro”, “Bájate del bus”, “Trillar”, “Qué camello”, “ponte mosca” , “no seas barro”, todas éstas son palabras y términos que tienen historias distintas y ambiguas y que por sí solas confunden. Como camaleonas cambian de significado dependiendo del contexto en el cual son dichas y el tono con el cual el Darwin del idioma las pronuncia, que al final es lo que les da vida propia y que como decía un filólogo de Rebolo, es lo que ultimadamente importa.

Los Requisitos

Todavia me intrigan las creencias acerca de la validez de los requisitos, aptitudes y actitudes para ejercer profesiones. Crecí con los mitos o realidades (aún no sé cuál de las dos son) de que si se era bueno en matemáticas se debía ser ingeniero o economista. A los que los atropellaba una simple suma que quebrados, y en cambio eran discutidores, peleadores, la carrera de abogado los esperaba con los brazos abiertos. Aquellos que se inclinaban por negociar puestos en las filas de kioscos, terminar álbumes de Panini, se les veía administrando empresas, y así sucesivamente, las personas iban escogiendo lo que consideran que quieren hacer con su vida a partir de unos prototipos aparentemente claros.

Yo fui uno de esos que cabía a medias en todas las categorías, y al mismo tiempo en ninguna. Terminé siendo “alzadito” y “pendenciero” para compensar el karma de ser por varios anos el bonsái de mi curso. Las matemáticas me empezaron a gustar cuando por fin pude imaginármelas, y nunca alcancé a completar un álbum con figuras del mundial de fútbol. En vez de preocuparme por pensar para qué servía en la vida, divagaba dibujando en las solapas de cuadernos imaginándome una vida como biólogo genético, astronauta y chef -actividades ejercidas al mismo tiempo-.

Divago acerca de las aptitudes y actitudes para ejercer una profesión ya que por cosas del destino he estado paseándome por universidades toda la vida buscando infructuosamente aquella en la que ofrezcan la carrera de “todero”. La imagen de estudiantes corriendo para llegar temprano a clase de siete, trasnochandose haciendo trabajos aburridos, nutriendo dia a dia la base de datos de “excusas” del mundo, se hace cada dia mas clara y me pregunto si vale la pena o no? Vale la pena perseguir esa profesion forrada en papel regalo, y escogida por unas razones completamente arbitrarias y casi al azar? Lo más cerquita que he estado de pertenecer a la profesión de “todero”, es cuando participo en tertulias con conocidos o desconocidos, quienes se vanaglorían de no haber estudiado nada y de haberse graduado (con honores y contentos) en la Universidad de la Vida. En esas conversaciones salen a relucir los ejemplos de personas que ratifican las virtudes de esa Alma Mater, la cual es gratis, sin horario de clases y que brinda permanentes programas de Educación Continua: desde cursos de catador de degustaciones y vinos en supermercados, hasta cursos avanzados de Patologia en Cocteles .

En medio de estas paradojas de la vida, me pregunto si para los que estudian Biología, Ecología o Veterinaria, es indispensable ser vegetariano? Mi posición es un tanto extremista pero creo que lógica. Asumo que el amor por los animales es algo que atrae a esas personas. ¿Cómo preservar el ecosistema, salvar a los animales , mientras estos “proyectos de profesionales” celebran pasar un examen final comiendo morcillas jugosas o una chicharronada a ritmo tambores estirados con piel de vaca?, ¿Es posible diferenciar las dos acciones?, ¿Comerse a las vaquitas mientras se buscan formas de preservar su vida?

Con esto en mente, no veo cómo un caníbal anhele querer ser médico. Quién quita que exista por ahí, y aún no haya salido del closet. ¿Me pregunto si es indispensable no fumar para querer ser médico? ¿Será que es una de las ”preguntas del millón” de los examenes de admision para ingresar a una facultad de medicina?. No concibo cómo un médico puede recomendarle a su paciente parar de fumar, y terminar la cita prendiendo un cigarrillo. Sólo te puede liberar, quien es libre.

De la misma manera, no concibo a alguien que le guste hacer dieta, que sea flaco y que quiera ser cocinero. Nunca se debe confiar en un chef que no sea gordo. La imagen de cocinero es siempre la de un bonachón, con mentalidad de “gordito”, que le guste la comida. Cabe anotar que lo uno no quita lo otro; eso no quiere decir, que los glotones seamos predestinados para ser cocineros. Se complica la cosa siempre, se llena de infinidad de grises.

Es empalagoso ponerse a digerir toda esta información que nos bombardea día a día, y las cosas en que nos enfocamos para definir qué queremos hacer con nuestra vida. ¿Cuáles serán las aptitudes para “ser un bueno para nada”? ¿Existirán ateos que estudian teologia?¿Contadores desordenados? ¿Filósofos superficiales? ¿Historiadores con mala memoria? ¿Músicos sin oído? ¿Choferes disléxicos? ¿Salvavidas con pavor al mar?. Al pensar en los prerequisitos que se nos intenta imponer para escoger nuestro camino en la vida, me atropella y me reconforta el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman:

“Se borran el pasado y el presente, pues ya los he colmado y vaciado,
Ahora me dispongo a cumplir mi papel en el futuro.
Tú, que me escuchas allá arriba: ¿Qué tienes que decirme?
Mírame de frente mientras siento el olor de la tarde,
(Háblame con franqueza, no te oyen y sólo estaré contigo unos momentos.)
¿Que yo me contradigo?
Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué?
(Yo soy inmenso, contengo multitudes.)”

Thursday, August 31, 2006

La Nostalgia es un Animal Silvestre

La nostalgia es un animal silvestre que hiberna en nuestro subconsciente y ataca sin avisar, mientras se camufla en la oscuridad de la soledad. Es punzante, se alimenta de recuerdos; cuando se encuentra fuera de su hábitat. Se hincha, le salen plumas dolorosas mientras desenreda sus recuerdos; sus cosquillas sangran y se cuagulan al instante.

Es un omnívoro que esquiva ser atrapado, no se deja domar por mucho tiempo, ya que aparece repentinamente al estar lejos de algo que se anhela y que normalmente lo detectamos a través de sabores, aromas y melodías. Es la felicidad fugaz de encontrar lo que ya se daba por olvidado.

Pertenezco a la cofradía de los nostálgicos, ese clan de lobos esteparios que en Barranquilla empiezan a aparecer en los meses terminados en “bre” y que se multiplican como verdolaga a la llegada de las primeras brisas decembrinas. Eso sí, no estoy seguro si estoy a favor o en contra de las excentricidades que puede acarrear ese animal. Es que cuando aparece en forma de un rosario de butifarras en un vuelo intercontinental, es ya un extremo. Esa choricera de bolitas de carne amasadas con amor por una Diosa de Soledad, me acompañó por 5 horas en un viaje aéreo hace algunos días. Al comienzo, me abrió el apetito su fragancia, y sentí un poco de envidia de mi vecina, pero al no ver bollo de yuca, todo se desmoronó _es todo, o nada_. A propósito, yo también he sido culpable de encaletar en mi equipaje bollos de yuca, suero y hasta sopas de guandul congeladas, para ser degustados al final de un viaje en compañía de amigos que viven en el exilio, enfermos de añoranza.

Es que la nostalgia no es nostalgia si no se comparte, si no se padece con otros. He jugado largas tandas de dominó con amigos expatriados, sin poder meter mis pies en la arenilla de la playa. He tenido el consuelo de sacudir los pies en una alfombra tupida, mientras escucho salsa vieja arropado de pies a cabeza con suéteres de todos los colores y grosores. He entonado, y hasta bailado el garabato o una cumbia en pleno invierno -y por invierno no me refiero a la llovedera, sino al frío inclemente-. En el altiplano he visto cómo coterráneos desfogan esa nostalgia. Se apoderan de todos los estereotipos que nos rodean, y los exageran a la quinta potencia para lucirlos como pavos reales. Se habla más alto de lo que usualmente se acostumbra, se le echan más vainas a los compatriotas del interior, de lo que normalmente acostumbramos. El Junior de Barranquilla se convierte en el Real Madrid, y un plato de arroz de liza amerita un precio más alto. No sé si sea la falta de oxígeno, o la lejanía del mar... pero los nostálgicos del terruño nos convertimos de un momento a otro en actores. Actores de una de esas telebobelas hechas por cachacos para cachacos, donde siempre sale un remedo del estereotipo costeño, con el cual ninguno nos identificamos. Nostalgia es no parecerse a ese man.

Las excentricidades de la nostalgia se camuflan usualmente en la comida, los olores y la música. Recibir a un compatriota en Oslo con una botella de Aguila helada al ritmo de Estercita Forero, hará maravillas. Comerse una arepa de huevo en una calle de Queens y bajarla con un masato, inmediatamente cambia nuestra percepción del lugar. Y por lugar, me refiero más al interno que al externo; al que nadie ve. No es tanto el sitio, sino la sensación del mismo, tal como lo experimenté cuando recientemente estuve en mi tierra natal por unos días y me sacudí de esa nostalgia acumulada con una bandeja de huevas de pescado, una zambullida en ese mar sucio pero sabroso y cuando pensé que ya me había curado, me percaté que me iba a ir sin echar mi habladita de paja sentado en un bordillo. De repente, esa habladita se había vuelto imperiosa, añadiendo algo más a la curiosa e impredecible lista de cosas que hacemos para apaciguar el animal silvestre que inconscientemente desatamos para que deambule libre en noches de luna chiquita, chiquitín-chiquitica... como es la luna barranquillera.

Sunday, August 20, 2006

La Insoportable levedad del ser pintor

El pintor es un masoquista que se para todos los días al frente de un espejo opaco esperando ver si aparece su reflejo en un momento de lucidez. Es masoquista, ya que sufre buscando su imagen esquiva entre los pliegues de la pulida y lisa superficie. En esas se puede quedar toda la vida, empuñando su pincel, buscando como un Rodrigo de Triana el esquivo momento mágico.

Para colmo de males, la parte que nubla más la profesión de pintor no es eso, sino todo lo que ocurre casi siempre al terminar de pintar. Algunas preguntas frecuentes creo que le añaden unas gotas de limón a esa profesión. Voy a tomar la vocería del combo de manera arbitraria y hablaré de esas preguntas o comentarios insolentes e inocentes que nos tiran de vez en cuando, los cuales a veces los respondemos con una sonrisa, pero en el fondo podemos sentir la tembladera, el hervor de la sangre calentándose y el esfuerzo para aplacar nuestra transmutación en el Hombre Increíble. Ahí van siete de los comentarios más pringamoceros que le toca soportar a los pintores y algunas sugerencias que me permito hacerle a nuestros admiradores, críticos o eventuales contertulios:

1. Por favor, absténganse de decir: “Hay que comprarle el cuadro ahora ya que en unos años será famoso e inalcanzable”. Muchas veces los que dicen eso, no compran nada... creen que por hacer esos comentarios se nos va a rebosar el ego. Crear esa expectativa no tiene un valor marginal. Nos dicen la misma vaina una y otra vez _yo creo que la he oído cientos de veces en varios idiomas- y en esas nos hacemos viejos y quien quita que más pobres. Yo tengo una lista de los que me han hecho el mismo comentario, y por ahí deambulan sin bajarse del bus. Entonces, quién los entiende.

2. Por favor tampoco repitan la historia trillada de que “hay que matar al artista o esperar que muera para que el cuadro valga algo”. No es necesario enfatizar que la obra va a valer más cuando estemos muertos. No importa. Para comenzar, ya es importante y valiosa, porque es un objeto que nos sobrepasará en el tiempo. Tampoco es chistoso. Uno sólo se ríe para seguirles la corriente y rezar para que alguien que posea un cuadro de uno no se le dé por darnos un trancazo fatal para valorizarlo.

3. Les ruego abstenerse de saludarnos efusivamente, diciendo: “¡Ahí va el próximo Picasso!”; “¡Qué dice el próximo Botero!”. La verdad, es un honor que a uno lo confundan con Picasso, Botero, y lo pongan en esa categoría. Muchas veces dicen Picasso y Botero, porque no conocen a otro pintor. Y casi siempre conocen aquel que está haciendo billete duro; nunca mencionan artistas pobres pero buenos. No he oído a alguien decir: “¡Ahí viene el próximo Figurita!”. Personificarnos con uno de esos pintores exitosos, parece ser lo mejor que nos pueden decir; pero la verdad, es que no es así. Esos profetas tampoco compran.

4. Y qué tal la preguntadera acerca de la “inspirada”. ¿Cuéntame cómo te inspiras para pintar esas locuras? Acá me puedo emproblemar con la gente del gremio, pero voy a meter la pata hasta el cuello. Cada vez que me dicen eso, nos convierten en seres mágicos e interesantes y hasta locos. Se asume que el artista se inspira y pinta. El resto del tiempo está rascándose la barriga, tomando frías en la esquina, durmiendo, etc. La verdad, es que la inspirada viene a punta de trabajo. Me atrevo a decir que uno siempre está trabajando (pero no como Uribe). Se trabaja despierto, se trabaja soñando, se trabaja pasándola en un Carnaval, se trabaja en el estudio pintando y se trabaja en el simple “estar”. Muchas veces más que un banquero de Wall Street: La única diferencia es que a nosotros sí nos gusta lo que hacemos y que no perjudicamos a nadie con nuestras acciones.

5. “Oye, pero fírmame el cuadro”. “Que la firma se vea porque si no, no vale nada”. Esa parte sí me parte el corazón. La gente al fin hace el esfuerzo de comprar una obra, y espera que se la dañen con una firma bien grande. Muchas veces los cuadros están firmados por detrás, pero parece no ser suficiente... en todo caso, la firma grande al frente está de más. ¡Eso ya es farándula! Se le tiene una confianza extrema a la firma, más que al mamarracho pintado. Las firmas sólo valen en los cheques, siempre y cuando no sean chimbos.

6. “¿Será que puedes ir a mi casa, para que veas el color de las paredes, los muebles, la alfombra, y puedas hacer un cuadro para la pared del comedor?” No somos decoradores. Repito, no somos decoradores. Hacer un cuadro para que pegue con la alfombra es hacer una propuesta indecente. Es casi prostitución. Para nosotros es muy fácil caer en la tentación, ya que el flujo de caja aveces no es constante. Pero deja mucho que desear exigir que el cuadro pegue con algo que no tiene por qué cazar.

7. “Échame la historia del cuadro, maestro”. Uno como artista, habla mucha paja, y más cuando lo tildan de maestro. Eso es darnos cuerda a soltar la lengua y la imaginación e inventarnos un paquito. Maliciosamente he echado varias historietas verdaderas y contradictorias del mismo cuadro y me las invento en el acto. Puedo asegurar que todas son verdad y todas son mentira al mismo tiempo. Los cuadros tienen vida, y muchos creen que es la vida impuesta por el creador y no confían en la vida que pueda tener el cuadro por sí solo, o más aún, en cada cual. Me he visto diciendo carretas, como las que me echaba mi mamá para hacerme dormir, con la única diferencia que al hacerlo frente a un cuadro los oyentes no se duermen, sino que comienza a fantasear más y más. Es un círculo vicioso, parece un circo y uno está en medio de todo echando el cuento.

Soy consciente que casi siempre esos comentarios se hacen con los mejores propósitos. Pero atrocidades se han forjado a punta de buenas intenciones. Para cualquier pintor, el que alguien valore, le saque placer, que vibre con lo que uno hace, es meritorio. Sentirse y que se sientan identificados con la obra es importante y es algo que nos llena de recocijo, siempre y cuando al final no nos agüen la pajarilla haciéndonos las preguntas o propuestas descritas

Thursday, August 17, 2006

Los Ascensores

No hay nada más aburridor que oír las conversaciones insulsas en los ascensores. Cada vez me doy cuenta de la cantidad de boberías que estamos obligados a escuchar por el hecho de tener que utilizarlos. No tanto son las sandeces que muchas veces tenemos que oír, sino las que también salen sin querer de nuestras bocas. Es como si no soportáramos el silencio y quisiéramos asustarlo con lo primero que se nos cruza por la mente.

Como decía, de los sitios en donde he oído las conversaciones más aburridas y forzadas, son los ascensores los que se ganan de lejos el primer puesto. No incluyo por estar fuera de concurso, las que se realizan en las colas matutinas para reclamar la cédula en la Registraduría, o las que se tienen en las filas para que lo atiendan en el ISS, porque allá la mentadera de madre no permite apreciar conversación alguna.

Esa cajita que sube y baja, que tiene botoncitos, que puede ser privada y pública al mismo tiempo, es la que hospeda el mayor número de comentarios y conversaciones insulsas. Una jaula que puede ser placentera cuando estamos solos, y muy extraña cuando la compartimos con otros. Yo lo veo exclusivamente como un medio de transporte y mi actitud cambia de manera radical dentro de esos espacios.

Procuro no musitar palabra alguna en ascensores. Me da jartera. Si estoy sosteniendo una conversación antes de montarme en uno de esos aparatos, tengo la delicadeza de detenerla y no importunar a nadie con mis disquisiciones. Hay veces, cuando el compañero con quien he estado charlando antes de abordar el ascensor no sigue mi ejemplo, me toca apaciguarlo y enfriar la parlada con monosílabos al entrar al recinto. Aún no he podido aprender cómo actuar cuando a la fuerza he comenzado una conversación pero he llegado a mi destino. Seguir hablando para aparentar ser cordial e interesado, mientras intento escapar lo más pronto posible. Odio montarme en ascensores con gente conversando amenamente, con su regulador de volumen dañado y riéndose. En esos casos de emergencia me invento un olvido forzado y espero para embarcarme en la próxima parada. La única vez que hablo en ascensores es cuando voy solo. Qué delicia. Puedo decir lo que sea, practicar mis pensamientos en voz alta sin que nadie me escuche y aprovecho para mirar desde distintos ángulos mi figura reflejada en sus múltiples espejos. Entre otras cosas, no entiendo por qué los hay hasta en el techo.

Por otro lado, es placentero mirar en silencio el piso mientras viajo en ellos, ver las lucesitas saltar de botón a botón con el premio final del timbrecito al llegar al piso destinado. Hay veces que me quedo mirando la cabellera de la persona al frente mío y sus zapatos brillantes, los relucientes maletines de ejecutivo de los mensajeros con sus portes de prócer y trato de adivinar el contenido de los portacomidas y cajitas que displicentemente cargan los encargados de distribuir domicilios, pero ante todo, evito la confrontación y la cursilería dentro de esos espacios; quizás por la simple razón que uno no se puede escapar, no hay donde esconderse. Es una jaula sin escapatoria.

El tema de conversación más frecuente dentro de los ascensores es sobre el clima, tópico en el que abundan los Max Henriquez. Confío en que algún científico encuentre el genoma que contiene ese impulso de hablar acerca del clima cuando no hay nada más que decir, o algún sociólogo o sicólogo que halle la explicación a ese impulso atávico de nuestro género. El clima es el más popular y aburridor de los temas para romper el hielo en el ascensor: “Qué calor está haciendo”, “Parece que va a llover”, “No sé cuando va a parar el invierno”. A nadie le importa de verdad y soy radical en mi posición de abstenerme de participar en ese “original” tópico de conversación.

En mi actitud y comportamiento de silencioso usuario de ascensores no estoy solo. A Einstein se le prendió el bombillo para desarrollar su Teoría General de la Relatividad, al darse cuenta que dentro de un ascensor oscuro y silencioso moviéndose a velocidad constante, el pasajero no puede saber ni percibir si está ascendiendo o descendiendo. Quizás en el silencio este la solución…


Zaloart@yahoo.com

Tuesday, August 1, 2006

Baila Cachaco!

¡Baila cachaco!, ¡Parece cachaco!, ¡Baila!, ¡Muévete! Esas eran las flores que me llovían mientras desfilaba por la Vía 40 durante la pasada Batalla de Flores a la que asistía después de diez años de ausencia, durante los cuales de vaina participé en los remedos del Carnaval que nos inventábamos barranquilleros nostálgicos, ya sea en la Atenas Suramericana o en algún bailadero latino del Bronx.
Yo iba desfilando y alzando el codo constantemente, y no como parte de una comparsa o al ritmo de la tambora, sino por efecto de varios fondos blancos de ron blanco. Desfilaba sabroso, planeando por la calle a distintos compases, buscando esa brisita que aplacara un poco el efecto del sol de la una de la tarde rechinando en el pavimento, mamándole gallo a la gente, y sacando fuerzas para terminar la odisea. En fin, intermitentemente, cuando estaba empinando el codo, y cogiendo un segundo aire para aguantar el kilometraje de ron, danza, color y calor, de pretil a pretil me llovían los insultos de ¡baila cachaco, muévete!, y como perrito regañado me fajaba de nuevo y buscando la conmiseración de mis implacables jueces, gritaba ¡guepajé!, ¡guepajé!
Apenas escuchaba un “¡baila cachaco!” era como si me hubieran puesto ají no sé dónde. El guardado y bien enseñado pique generacional contra la gente del interior empezaba a salir por todas las gargantas de los asistentes a los palcos (los de 5 barras eran los peores), ocasionando en mí un corto circuito bailable, el cual duraba cada vez menos tiempo. Se podía considerar casi un comentario busca-pelea... el cual al sólo sugerir la idea de no haber nacido en el Caribe era la gasolina necesaria que necesitaba para delirar con mi “swing” en la Vía 40. La gente en coro lo gritaba, sonriendo, ya que ellos también sabían el dolor que puede infringir su mofa y más a un barranquillero en medio de un desfile de Carnaval.
A pesar que aún en julio estoy todavía lamiéndome las heridas a mi ego caribe por la experiencia carnavalera pasada, no voy a echarle vainas a mis coterráneos por confundirme con un cachaco, ni voy a juzgar si éstos bailan bien o mal... si pueden mover los hombros o no... si la mayoría de ellos no conoce el mar, y si es cierto aquel mito de zapatos y jabón para ir a la playa. Reflexiono acerca de esto a 2.600 metros más cerca de las estrellas y más lejos del mar, chapaleando constantemente para no ahogarme, no por el exceso de agua, sino por la falta de oxígeno.
Con el perdón de mis amigos y amigas del altiplano, decir que alguien baila como cachaco, es decirle de forma bonita: “por favor retírese de la pista de baile y tome clases de swing”. Por otro lado, decir que uno es costeño, automáticamente lo mete a uno en la lista de los mejores danzarines del planeta o que baila arrebatao. Total, creo que deben existir algunos cachacos que sepan mover el esqueleto, así como costeños que sean unos catres al moverse... Pero la cosa no se detiene en esos prototipos regionales, sino en la obsesión por bailar y ver bailar.
Previendo esto, en la educación casera costeña, aparte de aprender a cepillarse los dientes, saber cuando masticar y hablar en la mesa, saludar cuando hay visitas, es indispensable intensificar las clases de baile con la mamá, cuando como en mi caso no se tiene hermanas. Aún recuerdo el ver a mis hermanos soportar una hora de baile con mi mamá antes de una fiesta. Yo también pasé por las mismas y me burlaba también diciéndoles que bailaban como cachaquitos, pecado que pagué con creces en el Carnaval pasado.
Escribo esto, tarareando la canción de Joe Arroyo ‘Barranquillero que baila arrebatao’, y la tarareo por su moraleja. El barranquillero siempre está mamando gallo, irrespetando con gracia el establecimiento. Hace comentarios picarescos y se queda mirando con una sonrisa socarrona esperando la reacción del otro. Es suspicaz en su sarcasmo y creo entender por qué el barranquillero baila arrebatao: Para que no exista duda de su origen y que por ningún lado se le salga el cachaco, y para impedir a toda costa que en el Carnaval, su fiesta cumbre, lo levanten a gritos de ¡Baila cachaco!, ¡Parece cachaco!, ¡Muévete cachaco!

Zaloart@yahoo.com

El Miedo y las Superficies

Hace unas semanas se me ocurrió la no muy original e inocente idea de escribir sobre mis experiencias cuando asisto a misa. Ante todo, quiero pedir disculpas si mi confesión causó molestias o irrespeté las creencias de algunas personas. Nunca fue esa mi intención.
A causa de ese escrito en donde describía mi frustración por no poder participar de igual manera que otros afortunados feligreses del Santo Sacrificio, recibí un aguacero de reclamos de todos los colores y sabores. Después de esa experiencia ahora me da miedo aburrirme en misa y he prometido nunca más volver a ventilar mis traumas religiosos de fe por escrito. Me concentraré en temas menos espinosos, ya que no soy teólogo, filósofo, ni intelectual declarado, sólo intenté describir e interpretar situaciones por las que creo, más de uno pasamos.
Varias cosas me gustaría aclarar acerca de mis traumas con la Misa y la Religión. Fui bautizado y creo que lloré cuando me echaron el chorrito de agua fría. Hice la primera comunión y fue la primera y única vez que pude ponerme un vestido entero blanco con zapatos de charol blanco. Al hacer la confirmación, creo que el desencanto con los rituales de la iglesia se agudizaron. Los domingos cuando no me escondía en el closet para no asistir a misa, me iba temprano al partido del Junior, esa era mi salvación. A pesar de todas estas estrategias para esquivar la Eucaristía, guardo en mi billetera una estampa de la Virgen de la Candelaria (obsequio de mi abuela materna) y cada vez que viajo no puedo hacerlo sin que mi abuela paterna me persigne con agua bendita. Al estar en un avión, me persigno y rezo para que no pase nada malo, lo cual me ha dado excelentes resultados, y de vez en cuando, me sorprendo yo mismo al encontrarme terminando mis conversaciones con un “...si Dios quiere”, “Gracias a Dios”, etc... Acepto entonces, que soy uno de esos cristianos con problemas de ignorancia y analfabetismo litúrgico, que desafortunadamente, al igual que otros, se aburre en las misas y por más que he tratado no he podido cogerle el gusto de participar activa y conscientemente en ellas, al igual que otros.
Y me aburro, entre otras cosas, ya que no puedo relacionar esa media hora de misa con las actitudes que observo en feligreses después y antes de la misma. Muchas veces veo gente mentando madre en el parqueadero después de haber comulgado. Con frecuencia me veo peleando contra “malos pensamientos” inspirados en los escotes y minifaldas en la pasarela que se convierte esta ida a misa. Soy culpable entonces, de sólo ver las cosas que ocurren en la superficie de tan importante sacramento, y quizás esto proviene de mi obsesión por la pintura y por las superficies en general.
Enfatizo esto, ya que las superficies, su oleaje cromático, sus quebrantos topográficos, sus ritmos sensuales, son los que cautivan mi atención. Estos mismos quebrantos en la superficie de la vida que vivo es lo que ha formado mi quizás miope punto de vista al referirme a las misas, y quien quita que para todas las cosas en general...
Escribo esto para todos los numerosos robots que como yo, repiten, se sientan, se ponen de pie y no alcanzan ni a ver ni a percatarse de toda la dimensión de este ritual. Algunos de estos robots, mandaron cartas de solidaridad, mientras otros deseaban que me quemaran en la hoguera y solicitaban mi excomunión. Me mandaban a castigar en nombre de Dios por haber ventilado mis pensamientos en público, mientras otros lanzaban improperios personales infundados, porque consideran, como algunos fanáticos de la edad media, que el humor y la religión son incompatibles.
Guardadas las proporciones, me sentí como un Salman Rushdie o un caricaturista danés ante los ataques de los fundamentalistas islámicos.
Siguiendo la recomendación de uno de mis lectores de leer la Biblia me alegra saber que “Dichosos los que no han visto y han creído”. ¡Dichosos definitivamente!

Saturday, May 13, 2006

Las Misas son Aburridas

Lo voy a decir…ya no aguanto mas.. lo que me dispongo a escribir creo que no le va a gustar a mi mama, ni a mis abuelas; ni a mucha gente. Tratare de ser lo mas honesto posible; no contradecir a nadie, ni hablar del codigo de Da Vinci y el presunto rol de Maria Magdalena. No. Voy a escribir acerca de todas las cosas que pasan por mi cabeza al asistir a misa. Escribo estas lineas, teniendo la imagen del Papa Razinger (no puedo evitar verle la cara y que me de miedo) lavandole los pies a doce personas- como acto de humildad- con una jarra enchapada en oro. Ir a misa, para mi es un gusto adquirido que nunca adquiri. Las aceitunas –otro gusto adquirido- las he aprendido a soportar, pero el asistir a Misa siempre ha sido una tortura; una tortura en el buen sentido de la palabra.

En Misa me pongo divagar y a formular toda clase de preguntas. Por ejemplo, calculo el valor del diezmo per capita, y lo multiplico mentalmente por el numero de personas en cada banca, despues por el numero de bancas en la iglesia, y hago un estimativo de cuantas misas a la semana, mes, etc para cuantificar cuanto ingresa por mes. Como se contabiliza de forma practica esto? Que salario se pone cada padre? Que tipo de vino toman? De los caros o de cajita? Quien les ensena a cantar? Cuando no encuentro respuestas…me pongo a contar el numero de personas desnudas en las imagenes, y vitrales de la iglesia y las caras de angustia de estas…

Hoy fui a misa. Creo que desde mi Confirmacion no santificaba esta fiesta. Y enfatizo la palabra fiesta, ya que para mi es de las fiestas mas aburridas a las que asisto. Para mi, la misa siempre ha estado relacionada con abuelitas y vestidos estampados y calurosos Primero que todo, no he aprendido cuando pararme, sentarme, arrrodillarme, por esta razon opto por sentarme en las ultimas bancas, para no desentonar en el tira y afloje que hay. Procuro sentarme cerca del pasillo central, para asi estar atento a la parte mas chevere de la misa: verle las caras a las personas que comulgan en su trayecto a sentarse…Me concentro en ver como abren la boca, y con ansiedad se tragan la hostia y me pregunto que pecados se desvanecen con sus poderes efervescentes mientras desfilan con miradas misticas propias de un cuadro del Greco..

Aparte de verle las caras a quienes comulgan, dar la paz me parece el climax de la misa y es lo que mas se asemeja a una fiesta. Uno saluda a personas que no conoce y les desea la Paz… esa parte me gusta, ya que exige estar activo y social. El momento cuando pasan a recoger el diezmo tambien es uno de mi favorito. Trato de percatarme con cuanto “contribuyen” mis vecinos, e intento disimular mi escasa contribucion. Al momento de dar mi granito de arena, se me viene a la cabeza en cuanto se subastaria la jarra de oro del Papa para ahorrarnos esto… Por otro lado la parte que menos me gusta es cuando uno tiene que decir: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…(ni idea de que soy culpable?) seguido a no saberse las canciones que se cantan…la mayoria de las veces corrijo eso tarareando, y tratando de descubrir otros que tararean.

Desafortunadamente, nunca le pongo atencion a lo que leen en la Biblia, ni sus interpretaciones.. Me distraigo con facilidad con tantas figuras desnudas, malheridas, querubines voladores, mantos barrocos, caras de sufrimiento en las pinturasy vitrales del templo. Cuando por fin me propongo a poner atencion, las palabras del sacerdote (muchas veces reganos) se me disipan con el calor, con la gente pidiendo dinero a la salida de misa. Tengo que decir que muchas veces son explicaciones aburridas, didacticas, predecibles y prosopopeyicas y no se como pueden afectar mi vida de manera practica. Es dificil corregir la vida de uno escuchando el ejemplo del otro. Considero que para aprender hay que caer, por eso no me llegan las explicaciones. En estos casos, sin querer queriendo, me pongo a contar las “s” o las “p” en cada una de las palabras que pronuncia el sacerdote, hasta invertarme mi propio ritmito.

Revelar lo que me pasa al asistir a Misa me ha costado trabajo.. Reconozco que no soy el mas creyente, pero intento siempre vivir mi vida tratando de ser mejor persona cada dia. Las misas son aburridas, no hay nada que hacer al respecto; pero sigo asistiendo a misa como penitencia por haberme aburrido en ellas, sirviendome de consuelo que por mi edad no me toco la epoca en que se celebraban en Latin. Que salvada!!!

Tuesday, January 31, 2006

El Silencio de los Culpables

Hace unos anos fui a una charla de la artista Britanica Sue Coe en el Museo de Bellas Artes de Boston. La artista acostumbra a infiltrarse incognito en mataderos de pollos, vacas, terneros etc y realiza dibujos del espectaculo grotesco del negocio de la carne. Los dibujos estan llenos de vacas desangrandose y de pollos con patas atrofiadas por las jaulas donde viven toda su vida. Digamos que no son el tipo de dibujos para colgar en la sala o en el comedor, pero a punta de ellos sostine fundaciones que promueven los derechos de animales y el vegetarianismo. Cuento esto, ya que en una de sus charlas enfatizaria en la educacion de los ninos la bondad hacia los insectos. en la educacion de los ninos Al escuchar esto, mire a mi alrededor a ver si alguien me miraba, sude, y trague saliva.

Yo fui uno de esos que tenia el hobby de achicharrar hormigas con lupa. Posiblemente exista un afiche de “Se Busca” en algun tunel subterraneo de alguna colonia de hormigas rojas o negras. Quizas una Dinastia de hormigas tenga el mandato de encontrarme y hacerme un dano. A Dios Gracias, nunca me tope con las hormigas culonas ya que no estaria vivo para escribir estas palabras. Yo creo que pude encarnar lo que hace “El Nino” o “ la Nina” o un “Tsunami” con las colonias de hormigas… Las inunde con gaseosas, pisotie sus estructuras sin misedicordia, y hasta creo que hubo un incidente con matasuegra el cual por pudor y remordimiento no lo comparto.

En fin, fui un asesino de insectos. El poder que Dios me otorgo lo abuse a costa de ellos. Lo peor es que no solo fue con hormigas, sino con abejas, avispas, grillos y moscas. Sin piedad miraba como las abejas y avispas se ahogaban en envases de gaseosa. Afinaba mi motricidad fina atrapando grillos y paco-pacos en recreo. A las moscas , mosquitos le desprendia las alas y veia como convulsionaban sin cesar hasta quedar inertes. Recuerdo que mi papa ofrecia plata por matar moscas y mosquitos en la casa… Al final de la tarde, mostraba los cadaveres de moscas y cobraba mi dinero por el servicio de “limpieza”.

Hoy en dia agradezco que el nino Dios no me puso nunca una cauchera o una escopeta de copitos en Navidad. Gracias Nino Dios! Hubiese tenido un numero extenso de fantasmas de palomas, lobitos y tierrelitas dandome picotazos todavia. Reconozco mi culpa, pero se que no estoy solo en esto. Yo solo me especializaba en cosas vivientes,que tenian cadaveres pequenos los cuales se podian cubrir con un punadito de tierra.

Supere mi etapa de depredador hace tiempo. Soy ahora de los que abro ventanas para que las moscas salgan a vivir. A las cucarachas, las agarro por las antenitas y las mando al exilio en vez de meterle un chancletazo (como antes). Dejo que las mariposas se posen sobre mi sin intentar pegarle las alas y cuando al caminar, me topo con una colonia de hormigas no tse me despierta ese instinto animal de pisotear….ahora lo que hago es esquivar…

Eso si, tengo que reconocer el estado de catarsis, plenitud, paz que tengo al sacarle las garrapatas a mis perros. No contento con brindarles una muerte al parecer benigna ahogandolas en el inodoro, me enpecino en explotarlas como uvitas pasas en una servilleta con la una. Soy verdaderamente feliz haciendo esto. Pasa algo raro conmigo?

Las palabras de Sue Coe han resonado ultimamente, ya que he tenido una racha sorprendente de matar mosquitos “premiados”. Por “premiados” me refiero a que tienen la barriguita llena, yo creo que hasta con el ombligo salidito de pura sangre. Llevo en mi cuenta personal aproximadamente unas 20 muertes sucias seguidas en el ultimo mes. Las paredes son cuadros expresionistas; Sin arrugar la cara, y con la baba saliendo de mi boca los cazo; pero al encontrar que vienen “premiados” la decepcion, asco y rabia se apoderan de mi. A pesar de ser insectos con cuerpos chiquitos, la carga emocional de salir sucio de sangre me afecta. La sangre llama dicen por ahi, pero quien me llama? Salgo literalmente salpicado y no es si es lo que merezco como castigo por una ninez clandestina como depredador de insectos.

Contemplo mi pared llena de muertes chiquitas, y pienso en Sue Coe, en mi ninez y en Colombia. Pienso en la importancia de ser bondadoso con todo lo que se mueva; tenga sangre o no. Pienso si una amistard, o “tregua” con el Reino de los Insectos tenga un impacto real en la manera como nos comportamos en este mundo.

zaloart@yahoo.com

En Nombre de los Nombres

Yo creo que en estos tiempos son contadas las cosas a las que hay que señalar con el dedo para poder identificarlas. Hoy en día todo o casi todo tiene nombre. García Márquez tenía razón en la prehistoria de Macondo... ahora creo que hay que volver apuntar con el dedo las cosas para no gastarles el nombre, ya que de tanto pronunciarlo, tiende a perder su sentido. No me voy a volver filósofo ahora, pero el nombre propio es algo complicado ya que es simultáneamente público y privado, y las dos instancias existen al tiempo. Reconozco que escuchar el nombre propio en ciertos contextos, puede ser el sonido más hermoso del mundo...”El Premio Nobel se lo gana...”, “El mejor amante que tuve fue...”, “El empleado del mes es...” A sabiendas de esto, hay veces en que el resultado es completamente opuesto.
Alguna vez por una sobreventa de tiquetes en un vuelo, tan de moda en estos días, me tocó volar en primera clase, en calidad de ‘ascendido’, palabra sublimada en el vocabulario utilizado por las aerolíneas. Las veces que viajo voy mentalizado a hablar lo menos posible, ya que fraternizar en vuelos produce tortícolis, eso sin mencionar jartera. Pues sí, uno va haciendo la fila para ingresar al avión, en el éxtasis cómodo del anonimato y al presentar el tiquete a la azafata...ésta lo mira, percibe que es primera clase y dice: “Bienvenido Sr. Fuenmayor”. Mi primera reacción fue sonreír mientras flotaba hacia el trono asignado. Me sentía realmente ‘de primera clase’, importante, bienvenido, diferenciado de la chusma a la que antes pertenecía...
El encanto sólo me duró pocos segundos.
No había terminado de abrocharme el cinturón de seguridad, cuando me percaté que una desconocida me daba la bienvenida... Una mujer que no me toparé en un futuro cercano, una mujer que me brindará gaseosa sin hielo, y la misma que me mirará con desprecio al aplaudir al aterrizar el avión, ¡se ha memorizado mi nombre! No se porqué, pero me sentí en cierta manera usado. Me molestó sobremanera que el motor para memorizar mi nombre haya sido el de tener un tiquete más caro en mis manos.
He visto esa modita en varios establecimientos. A algún genio de hotelería se le ocurrió que había que memorizarse los nombres de los huéspedes y clientes para que estos se sintieran en confianza. ¡Exabrupto! No sé por qué pero creo que el nombre es algo privado y que sale a relucir después de una negociación mutua. Me parece engañoso forzar una confianza a costa de aprenderse los nombres de manera mecánica por el hecho de pagar un dinero ya sea para una habitación, vuelo o lo que sea.
Poco a poco he visto que el abuso del nombre se ha infiltrado en lugares donde se venden y compran cosas de uso diario. Veo nombres bordados en chaquetas, o botoncitos brillantes para identificar a los dependientes y hasta en gorras. Al pagar la cuenta, se percata que la persona se llama ‘Jonathan’, y para qué negarlo, dan ganas de llamarlo ‘Jonathan’, para supuestamente entrar en confianza y hacer la transacción comercial menos dolorosa y más humana. ¡No se dejen engañar, es una trampa! No tengo nada en contra de Jonathan; posiblemente seamos hinchas del mismo equipo y compartamos el gusto de las lentejas, pero hasta ahí.
No quiero pecar de misántropo... pero en verdad, el nombre es la puerta para conocer personas nuevas y considero que no se debe abusar de él. Hasta hemos recurrido a la religión para celebrar nuestro nombre... En ese calor pegajoso nos ponen un trajecito de viejito, y con un chorrito de agua fría en la cabeza nos bautizan; desde ese momento en adelante ya no hay que apuntarnos con el dedo, toca referirse a nosotros con nombre propio.
Por otro lado, el nombre, o conocer el nombre del otro, es un premio si se puede decir, a la dedicación de querer socializar Por ejemplo, me da vergüenza no acordarme del nombre de personas con quien fraternizo. Da vergüenza saludar, despedirse de alguien sin acordarse de su nombre. Por fortuna alguien se inventó ‘hey’, ‘cuadro’, ‘pana’, ‘primo’, ‘calidad’, ‘parce’, ‘llavería’, ‘viejo man’, ‘socio’, ‘Juancho’, etc., para sustituir esos momentos de amnesia inoportuna. Nos acordamos de los nombres de cosas importantes; al resto de minucias ni le ponemos atención. Por otro lado, qué alegría cuando alguien a quien conocemos nos llama por nuestro nombre... pero al contrario, qué decepción cuando fraternizamos y alguien se nos refiere con otro nombre completamente distinto al nuestro. En algunas ocasiones sucede que nos llaman por el nombre de nuestro papá, abuelo, tío; como si fuéramos un clon de ellos en otra generación. Asimismo, con efusividad me saludan, me charlan, me invitan a almorzar a la casa, me cuentan chismes y se refieren a mí con un nombre completamente distinto. (Ojalá la persona que se refiere a mí como Miguel, y a quien conozco hace años, lea esto y haga la corrección). He concluido que no soy la única víctima de esta epidemia.
Con mi vocación innata de contribuir a resolver problemas de la sociedad de los que no se ocupa nadie, le recomiendo que cuando alguien se le dirija llamándolo con un nombre distinto al suyo, salúdelo, no con el nombre de su ocasional contertulio, sino con el que usted ha sido bautizado. Con toda seguridad él le dirá “yo no me llamo fulano de tal”, a lo que usted triunfalmente responderá: Yo sí. Y santo remedio.