Sunday, March 21, 2010

Una Llamada


Recibió una llamada telefónica pensando que era ganador de una lotería o premioasentía y confirmaba su número de cédula y dirección a quien para su desencanto, resultó ser un vicecónsul quien al verificar sus datos personales le leyó una cartilla oficializando su designación como jurado de votación para las elecciones. Con desgano anotó fechas, direcciones e instrucciones pertinentes en su agenda. Por su mente desfiló la posibilidad de ser víctima de una broma, pero la llamada se transformó en un fatídico estruendo de patrióticas trompetas, anunciando el llamado a donar varios domingos a la patria.

Intentó escapar del compromiso alegando esporádicos quebrantos de sentimientos patrios y se envalento al preguntar que ocurria si no le daba la gana de asistir. Anarquía. Con Constitución en mano, la voz consular describió en forma amenazante castigos que iban desde una multa de10 salarios mínimos hasta la cancelación del pasaporte. Miedo.  Mientras escuchaba las repercusiones de no asistir como jurado, la “huelga de patria” se le iba desinflando.

Colgó el teléfono y revisó su calendario para cerciorarse que no era el Orwelliano 1984.  Recordó sin saber por qué, aquel escudo de Colombia que cuando estudiante calcaba en su cuaderno de Sociales con las palabras “Libertad y Orden”. Después de la llamada comenzó a sentir delirio de persecución estatal y se llenó de dudas alrededor del imaginario de la nación a la que pertenecía.  Era mal colombiano por no querer ser jurado electoral? Acaso no tenia la “pasión” necesaria para madrugar un domingo a contar votos? Sería posible que su país tuviera la capacidad de pasarles cuentas de cobro a sus ciudadanos por no asistir a la fiesta electoral? Existiría un cubículo en la Registraduría, copantallas gigantes monitoreando cédulas, recibiendo informes de asistencia para después multar a aquellos que no quisieron participar?  El mito del Big Brother se hizo más real.

Decidió curarse en salud y madrugó ese domingo a participar como jurado al llamado patrio. No recibió notificaciones adicionales ni instrucciones algunas de cómo ejercer la labor impuesta; después se enteró que dizque esa era de su entera responsabilidad”. Asistió con la ceguera que otorga el miedo, a un recinto lleno de otras victimas de la extorsiónEra peor que ir a misa de mala gana; en el purgatorio al menos cada quien asume a su manera sus penas, pero en este caso no sabía que esperar.

Para su sorpresa, otros ciudadanos también acudieron al llamado; la intimidación había sido efectiva. Nadie quería ser víctima de una persecución por parte de la Registraduría.  Con la mejor disposición se cumplían todos los requisitos impuestos. La contienda electoral duró aproximadamente 8 horas, entre bostezos, conversaciones forzadas, un almuerzo de 15 minutos y quejas de votantes que pensaban que los jurados eran culpables del diseño de los formularios-jeroglíficos para votar. La eterna jornada terminó con el himno nacional, finalizando así la votación  e iniciándose el conteo. Muchos de los jurados, ignorando el cansancio de la jornada, cerraron sus ojos, pusieron cual Uribes, su mano en el corazón y mientras tarareaban el “Oh inmarcesible…” se empalagaban con conteos rápidos para dar término a la tortura.

Después de múltiples vueltas y de seguir instrucciones dizque para asegurar la transparencia del ejercicio, finalizó la jornada. Los formularios se empacaron y entregaron a la persona designada y a cambio se recibió un documento certificando la participación como jurado. La sensación del deber cumplido embargó de felicidad al combo de gratinianos y hambrientos servidores de la patria con la esperanza (si es que no se pierde el certificado) de que no figurarán en la lista de morosos patriotas de un Estado sin cara.