Wednesday, January 17, 2007

La Mano, El Ojo y el Dedo

De la mano de la mano y sus cinco secuaces el hombre ha podido llegar hasta donde está. Quien lo creyera, pero la diferencia entre estar leyendo un periódico en estos instantes y estar montado en un árbol sacándole las garrapatas a la cría, es simplemente por un dedo: el pulgar. El pulgar, ese dedito gordo que ahora sirve para pedir chance o saludar a distancia es lo que ha creado la diferencia con el reino de mamíferos. El hecho que el pulgar fuese oponible brindó la habilidad de agarre y poder disponer de la motricidad fina necesaria para elaborar herramientas, motivando a que los primeros hombres se bajaran de los árboles, y comenzaran a crear el despelote en donde vivimos actualmente. Ese entrenamiento sutil del pulgar es lo que ha permitido el desarrollo de la humanidad.

Ese pulgar, tan crucial e importante en nuestro pasado, ha sido poco a poco desplazado por el índice. El índice es el vecino del pulgar. Envidioso por su reinado, poco a poco lo ha bajado del poder, y lo ha reemplazado. Todo esto ha ocurrido ante la mirada impávida del ojo, que hace las veces de Rasputín. Se ha formado un reinado entre ojo y dedo, ya que parece día a día afianzarse cada vez más.

Hace días visité un restaurante, y ordené comida con el índice. Sí, con el índice. Ni siquiera tuve que musitar palabra. Me trajeron un menú muy bien impreso, con fotos muy bien realizadas para todos los platos ofrecidos. Había fotos para los helados, los platos fuertes, y hasta para los jugos. Señalar es la regla. Si no es con la rayita que muchos tienen por boca, señalar con el índice basta. Con cualquiera de los anteriores, lo que prevalece es el ojo y su lavaperro el dedo.

Pedí un helado y me quedé con el menú en una actitud desconfiada por poder asegurarme que aquello que señalaba con el dedo se parecería a lo que iba a saborear. El margen de error entre la imagen y el resultado final fue mínimo. El helado sabía a emulsión fotográfica. Delicioso. El helado y la foto tenían el mismo ángulo de inclinación, la galleta estaba sumergida al parecer a la misma profundidad en ese mar de chocolate y la pigmentación era perfecta. Un sordomudo estaría muy contento, quizás un manco no tanto.

Con creciente frecuencia, los expendios de comida tienen la foto de lo que se va a consumir, para así facilitar la toma de decisiones. Como si por alguna razón se quisiera cocinar para parecerse a la foto, más que para que sepa a lo que se quiere. Saca de apuros, minimiza el riesgo ya que se cree que se puede saborear todo con la mirada. Con razón tantos restaurantes Mac Donalds se abren en todo el mundo: se curan en salud presentando hamburguesas que se parezcan a la foto. Como todo entra por el ojo… Sin querer queriendo ya se pueden comprar apartamentos, carros, vacaciones, entretenimiento, por Internet, utilizando únicamente el dedo. Con éste se abren las posibilidades, y ahí el abismo inesperado. La zancadilla antes de patear el balón. La pisada de cordón mientras se desfila en misa.

Acá no se pondrá el dedo en ninguna llaga, sino un mar de otros dedos. Asumir que la vida se tiene que parecer a una foto, es el peligro más grande. Los restaurantes que ofrecen una homogenización entre producto visual y producto real, brindan un campanazo de alerta. Poco a poco los lugares, las cosas, tendrán únicamente valor en el sentido que alguien se pueda tomar una foto para que otro más tarde la mire y tome una decisión.

Así como ocurre con la comida y si no se hace algo al respecto, recorrer una ciudad y pedir comida motivados por una foto sera igual. De manera higienica y segura se disenaran sitios que registren bien ante una camara para asi poder ser visitados. Como la cancion de Carlos Vives, la ciudad de Barranquilla no sólo se parecera a New Orleans, sino a un caldo de ciudades fofas, llenas de centros comerciales y almacenes de cadena y terminarán pareciéndose a todas en general y a ninguna en particular. Ni siquiera a sí mismas. ¡Chévere! Postales fragmentadas memorizadas tibiamente y olvidadas con el mismo desparpajo. Lentamente se le hincharan los labios a la ciudad a punta de la silicona de centros comerciales, se le emborrachará con los aires acondicionados soporíferos, y al estar a la deriva echando dedo, lo único que pasara será el tren de la indiferencia y el olvido, pero eso si, estara lista para la foto. No es para echarle la culpa únicamente al dedo, pero quizás tocara pensar como mancos para ver si pudiésemos agarrar las cosas por su esencia; esto es, por lo que son y no por lo que parecen parecer.