Friday, October 5, 2007

MARE NOSTRUM

No sé si fue el efecto de dos o tres cervezas, agua embotellada y dos gaseosas, ya que perdí la cuenta de cuantas me había tomado mientras orinaba submarina y subrepticiamente en el mar. De lejos, era otro bañista desprevenido imaginándose cómo se peinan las morrocoyas. Debajo de la superficie era otro mamífero que descargaba en el mar los líquidos residuos ambarinos de su cuerpo. En la inmensidad y en el anonimato que el océano ofrecía, hacía mi gracia mientras esquivaba las olas con una sonrisa juguetona. Nadie se daba cuenta del asunto porque posiblemente todos estaban haciendo lo mismo. El mar es inmensamente inmenso.

Desde que tengo uso de razón, he orinado en todos los mares que he tenido el placer de visitar. He aportado mi gotica, por no decir mi granito de arroz, a la polución de los océanos. Lo reconozco, pero la verdad es que creo no estar solo, ya que he visto en muy pocas ocasiones que los bañistas recurren a baños públicos cercanos, quizás por la pereza que da el salirse del mar.

Haciendo una abstracción mental, todos los peces nadan en su propio caldo. El “chichí” de las ballenas jorobadas, de Flipper y sus secuaces, de la mojarra, los pargos, las sierras, los pulpos, y quien quita, que hasta del difunto Jacques Cousteau, esté circulando por nuestras océanos. Con esta imagen en mente, aún sin mi pequeña contribución, estos ya se encuentran bastante orinados. Untao el deo, untada la mano. Moralmente no me trasnocha mucho (ni me ha trasnochado) este tema sanitario, ya que el mar es inmenso. Inmensamente inmenso.

Algo parecido ocurre cuando se está en una piscina. A punta de cloro y de químicos adquiere el agua un color de pasta de dientes. Su frescura se exagera con el color aguamarina, con las baldosas limpias y con ese aroma a cloro que seduce. Pero la piscina, al contrario del mar, no es inmensa. En ella no hay ballenas jorobadas que contribuyan con sus galones de orín, no hay corrientes marinas; sólo una motobomba y químicos para enmascarar los metros cúbicos de caldo. Son una minoría los que se salen del caldo piscinero a hacer sus micciones afuera. La piscina es y seguirá siendo orinada; todos los saben, todos lo hacen, y todos se dejan embolatar por la apariencia de esa agua clara.

Este no es un escrito que pretende revelar las bondades de la orinoterapia, pero con la temporada electoral acercándose, creo que el tema de la orinada submarina toma vigencia. Hay cosas que suceden que todo el mundo conoce, contra los que todo el mundo protesta; sin embargo, todos implícitamente apoyamos y hasta nos hacemos los locos. Es casi como una amnesia vanidosa que aparece y desaparece como las mareas. Las decisiones que se aprenden a tomar por medio de rituales inconcientes casi nunca son las más acertadas. Todo es cuestión de contexto, y es ahí cuando la toma de conciencia en las decisiones es importante. Moralmente estoy inhabilitado para brindar luces en el manejo de la vejiga, ya que he utilizado de mingitorio al océano, pero a diferencia de lo inofensivo de ese pecado, cuando vaya a votar, note bien por quien, porque a diferencia de lo que sucede con la orinada en el mar, un mal voto es como escupir para arriba.

Tuesday, May 15, 2007

Posho o Carne?

¿Possshoo o carne? La azafata con acento argentino se me queda mirando mientras se esforzaba inútilmente en mantener su cansada sonrisa. ¿Posho o carne? Hubo silencio. Titubeos. Cálculos mentales rápidos. Precisos estudios de factibilidad. ¿En qué término vendrá la carne? ¿Cuáles son los acompañamientos? ¿Con qué salsita vendrá el pollo o posho? ¿Habra suficiente arroz? Siendo un exponente ejemplar de la generación de los microondas, la respuesta debía salir natural y además rápida… pero en esta ocasión no fue así. Tin marín de dos pingué. Salió de mi garganta un pedido con la convicción tan postiza como la sonrisa de la azafata: “Poshoo, por favor”.

Las cosas en la actualidad se están poniendo cada día más complicadas, y al mismo tiempo más y más simples. Una comida queda resumida en un “pollo o carne”. Quizás sea el mecanismo de defensa para compensar por una realidad que tiene atascada la chancleta del acelerador. Simples me refiero a que muchas decisiones aparentemente elaboradas se enmascaran detrás de decisiones binarias. Las aerolíneas han amansando a la clientela del gallinero con cajitas felices de carnes sancochadas y pastas averaguadas que se cocinan en receptarios parecidos al de los Jetsons.

Al bajarnos de cualquier avión las simplificaciones continúan. Por ejemplo, hamburgueserías, sanducherías y pizzerías, entre otros, aplican la misma táctica de las aerolíneas ofreciendo soluciones prácticas y simples para lo que se ofrece. Échale piña, y dos paraguitas alrededor de la bebida y por arte de magia se convierte en una experiencia hawaiana. Si quieres una experiencia Italiana, que le echen tomates, queso “estilo mozzarella” y alguna carne encurtida. Si se quiere algo Thai, échale alguna fruta dulzona y ácida, espolvorea ajonjolí y unos palitos chinos y listo. Échale buena salsa de soya para hacerlo chino o japonés, queso Feta y aceitunas si lo quieres griego, y si se quiere algo francés métele champiñones por algún lado y ponle un nombre impronunciable. El guacamole, el fríjol refrito y algún jalapeño convierten cualquier plato en una experiencia mexicana. Lo criollo, con salsa de tomate y cebolla y alguna arepa. Y casi se me olvida “El Gourmet”…Pongale “gourmet” a lo que sea, y este dispuesto a pagar mas, y a quitarle las maticas verdes que dan el toque de cache. Hay de ensaladas a pizzas gourmet, y no me extranaria que exista por ahí una zanguaza o tripa gourmet tambien. A la larga, el mundo se achica cada vez más y los ingredientes utilizados permiten una degustación global y superficial de las costumbres de otros países y culturas.


La solución de moda es coger todo tipo de clichés, meterlos en una licuadora y servir las expectativas de lo que se anhela. No se ofrecen experiencias culinarias: se sirven expectativas. Expectativas a medias alimentadas por los chefs de supermercados, por las sugerencias detrás de las etiquetas de productos que ofrecen “tips” para hacer platos exóticos en menos de cinco minutos usando ingredientes enlatados. La comida rápida se ha metido en todas partes, y hasta ha acelerado un poco esa comida aparentemente lenta. No hay tiempo para saber el por qué de las preparaciones o de los ingredientes de las regiones; sólo hay tiempo para coquetear el paladar con lo más representativo, lo más general y al mismo tiempo más superficial de cada cultura. Por esta razón, ha empezado, sin querer queriendo, otro tipo de comida fusión. Una fusión a la carrera, a los trompicones y completamente superficial.

Así como van las cosas, está cada vez más cerca la era gastronómica en donde la humanidad se alimentará a punta de extractos envasados en tubos de pasta de dientes, refractarios ergonómicos que se calientan en cinco minutos, y píldoras con sabores aparentemente naturales. Las madres del futuro no heredarán la parsimonia y el amor por el ritual de preparar los alimentos y el placer de degustarlos, pero si quizas una voraz efectividad. Las nuevas generaciones se emocionarán con platos simplones de pollo o carne, calentados maternal y eficazmente con el pulsar de un boton en un súper-microondas.

Menos mal que esta tendencia se encontrará con una férrea resistencia compuesta por un ejército de pregoneras de alegría de bollos de Montecristo, de butifarras de Soledad, de expendedores esquineros de arroz de lisa, vendedores de cocadas y mongo-mongo de Palenque e itinerantes distribuidores callejeros de peto, quienes tienen en sus chazas, palanganas y poncheras, bien inoculados los genes de la supervivencia.

Saturday, May 5, 2007

Las Manos de Alfonso

Aproximadamente cada ano bisiesto, o Miercoles de luna llena me detengo a ver mis manos por un momento: Las escudrino como si fuesen mascotas que algun dia se perdieron, y volvieron a saludar. Cuando apenas las alcanzo a reconocer, se me pierden de nuevo. Trato de mirarlas a ver si pueden ofrecer pistas acerca del paso del tiempo, y siempre aparecen indescifrables.

Mis manos son gordas, de palma ancha y dedos acolchonados; facilmente secuestrable por la bruja de Hansel Y Gretel. He comparado mis manos con otras manos buscando arrugas, lunares, montes de venus, lineas de la cabeza que puedan brindar algun dato no cuantificable acerca de algo tan ambiguo como la vida (mi vida). Nunca puedo atar los cabos, traducir los montes y quedo proyectando versos olvidados de algun libro de quiromancia.

Mi mama siempre cuenta que lo que le cautivo de mi papa, eran las manos…Teniendo esto en cuenta, y haciendo un arbol geneologico “manual”, heredo de mi “mama orquesta” manos que tocan de saxofon hasta flauta traversa, mientras que en mi lado paterno encuentro solo manos de pianistas: mi abuela tocaba el piano, y mi abuelo escribia a maquina. A mi forma de ver, era casi la misma cosa: musica para los oidos, musica para los pensamientos. Musica al fin y al cabo, tocada por unas manos inolvidables.

Aprovechando ser el primer nieto, le encimaba todas las tareas que tenian que ver con escribir un resumen, un ensayo acerca de cualquier libro a mi abuelo Alfonso. A esa edad no tenia conciencia de La Cueva, Del Grupo de Barranquilla, Gabo, Samudio, etc… todos estos nombres se camuflaban en los cuartos (y hasta neveras que despues me contaron) tupidos con libros al momento de visitar la casa de los abuelos todos los Domingos o noches antes de entregar ensayos para clase de Espanol. En ningun momento se me cruzaba por la mente que las tareas que me ponian (o nos ponian –incluyo a mi Abuelo) eran de sus amigos de toda la vida.
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Las citas con mi abuelo giraban alrededor de mis tareas para clase. Llegaba con apuntes en el cuaderno, hojas escritas a mano, y como no habian computadores en la epoca, dependia unicamente de su maquina de escribir Nos sentabamos juntos, lado a lado; un gaguito en potencia y otro que unicamente lo hacia escribiendo a maquina; el escribia, yo dictaba, y a duo terminabamos ensayos acerca de libros de Gabo, Vargas Llosa, Samudio, Calderon de la Barca entre otros. Las manos de mi abuelo eran gordas y arrugadas,; dedos como rodillas de elefantes que bailaban tap en una superficie inclinada llena de teclas. Habian momentos en donde me embobaba viendolas moverse con gracia sobre el teclado al mismo tiempo que escuchaba las correcciones de estilo. En algunas ocasiones se debatian las ideas, en otras dejaba que las perfumara un poco, mientras en otras, ya probablemente cansado, se remitia a ser unicamente mi escriba.
Las manos de mi abuelo son las que hoy recuerdo mientras veo mis manos bailar torpemente sobre un computador. Son manos que no he visto hace aproximadamente doce anos. Mis manos bailan mas cerca al teclado que las de mi abuelo. Escribo con los cinco dedos sin mirar el teclado y no con los dos indices. A pesar de la diferencia tecnologica, el desorden alrededor es el mismo y el silencio entre palabra y palabra es igual de ensordecedor.

Me detengo en mis manos. Trato de reconocer unas manos de adulto, unos nudillos como rodillas de elefante prepubescente, unas sucias de pintura y aceite de linaza que pretenden escribir mas a menudo para asi hacer honor al abuelo escritor. De repente, el silencio al escribir es mas sonoro que cuando se pinta. Aquel titubeo, aquel impulso ciego de la mano al tratar de rematar esta columna, desnudan de nuevo las manos al frente mio; acercandolas al recuerdo de las otras manos que bailan en la memoria.

Friday, April 27, 2007

El Sentimiento de Culpa

La culpa. Me pregunto si la culpa es un virus al que geneticamente los catolicos estamos mas propensos. La culpa es un latigazo en el Corazon antes de realizar alguna accion. Es la vocecita grave del Mago de Oz o Rey Leon, que nos dice que estamos haciendo algo mal, aun antes de hacerlo. Por otro lado, la verguenza es el sentimiento que aflora despues que se hace algo, mientras la culpa es esa voz de la mama que dice “no salgas mijito, quedate en casa, que vas a hacer buscandote una mala hora.”

Sin querer queriendo a costas de este sentimiento implantado a punta de golpesitos de pecho durante siglos. Me refiero a los multitudinarios “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” se ha regulado muchas sociedades familias, empresas y hasta ha dado pie para uno que otro negocio.

Cuando nino, antes de hacer la primera comunion se me pregunto acerca si me aquejaba de “pensamientos impuros”, con la conviccion del deber cumplido como culaquier recluta grite que No! Nunca! Jamas! Exabrupto! Cualquier relacion con la carne debia ser abolida, desechada, aunque muy adentro se sabia que esa conviccion era solo una farsa. Una pantalla de television que no funcionaba. Un telon con un cuarto vacio detras. Esa tuvo que ser la primeras veces que senti culpa. Verguenza hubo muchas; que mis padres me recogieran en la fiesta y socializaran eternamente con mis amigos.(me refiero a esa edad en la que uno se cree independiente, como a los 11-13 anos), Verguenza de accidentalmente derramarle el jugo de corozo a la nina mas Linda del curso. Cosas de ese tipo.

Estoy tratando de hacer fisioterapia para moldear ese sentimiento de culpa que no deja dormir, pero el bombardeo es constante. Me ocurre cada vez que voy al supermercado a hacer las compras del mes. Casi siempre voy esos dias en que hay promociones de descuentos en carnes y vegetales. Siempre se encuentra lleno y las filas estan tupidas de clientes. Al llegar al frente de la senora que saca la cuenta, trato de hablar a ver si tiene la voz grave o si tiene voz de pajarito. Termina de hacer los calculos, y me da el total de la cuenta. Quien dijo pollo? Y depues alza la voz, lo mas duro posible y dice “Desea donar 17 pesos a la Fundacion Tarara Ta Tara??? Me la quedo mirando a los ojos, con un poquito de rabia por haber pegado tal grito. Miro a mi alrededor, y veo como me lame la fila entera con sus miradas pegajosas. Volteo otra vez, y un “si” sonoro, con caracter y conviccion, sale de mi boca. Si! Pago y me voy rapido.

Esto ocurre en ambientes publicos, pero en los privados tambien. Se va a sacar plata del cajero por que la quincena por fin llego. La platica que se sudo llego a su destino anhelado. Dentro de la comodidad y privacidad de un cajero automatico, se hace la transaccion economica, pero antes de terminar, aparece en la pantalla si se quiere donar dinero para la Fundacion de Ninos Tarara Ta Tarara? Engolosinado con la plata aun tibia del cajero se titubea. Los ojos de un lobo feroz haciendo una caperucita roja al trapo. Desfila la imagen de sufrimiento, de una gota de leche en un vaso de moscas, de alguien llorando poniendo carita de perro reganado y por el otro lado se contrasta con la imagen de un lobo nadando literalmente en un mar de billetes, riendose a carcajadas y atragantandose de uvas que caen de los cielos y se convierten en oro al ser digeridas. Pienso en eso, y con firmeza, sin titubear pulso Si. Espero el recibo y me voy.

Y para colmo de males, no tiene que ver solo con transacciones economicas. Por email se ejerce el mismo chantaje emocional. Se reciben emails diciendo “POR FAVOR MANDÁ ESTO, ME LO MANDARON DE CARITAS SI ANULA ESTO
SINCERAMENTE NO TIENE UN CORAZON!!!!!! Mandale esto a todos los de tu lista o si no, Dios te castigara!!!!!! Seis signos de exclamacion. Seis. Debe existir un sufrimiento enorme mientras en la comodidad de mi silla se mira una pantalla esteril. Sin titubiar, se le manda el mensaje a un centenar de personas, para asi lavarse las manos como Poncio Pilato y llenar el cyberespacio con mas SPAM o correo no deseado.

Identificadas estas tres fuentes de creadoras del sentimiento de culpa, ejercito con frialdad y libertad el poder para tomar decisiones. El ejercicio de titubiar, de dudar y finalmente de pensar, se le relaciona con el infierno. Sugiero solo por un dia, decir No. Un dia no donar los 17 pesos, un dia no pasar la cadena de email para asi constatar que no va a pasar nada. No se nos va a caer un piano del cielo. La ira de un ser supremo no sera liberada. Por esto no estoy en contra de la solidaridad y de ayudar al projimo, y de cantar novenas con los vecinos; estoy mas bien a favor de sentimientos verdaderos asi no gozen con la conviccion de aquellos culposos.

Thursday, March 29, 2007

Sobre Los Dias

Hace unas semanas fui testigo de cómo varios compañeros felicitaban a una colega. Un poco apurado y sin saber qué hacer, fui a darle un beso y un abrazo y le dije “Feliz Cumpleaños”. Recibió el abrazo, pero se rió diciendo que no era su cumpleaños. Quedé desconcertado. Entonces lancé el salvador “¡Felicitaciones!”; un guante lo suficientemente grande para que se amoldara a cualquier necesidad. Con una satisfacción inmensa, dio las gracias y siguió su camino… era el Día Internacional de la Mujer.

¿Día Internacional de la Mujer? ¿Qué se supone que se tiene que hacer ese día? Ni idea. Fijo lo pusieron bien lejos del Día de la Madre para no dobletearse. De los 365 días del año espero encontrar un día libre a ver si propongo no sé a quien, un día Internacional de algo: Día Internacional del Silencio, del Tartamudo, de la Soltería, o Día Internacional de la Bacanería. Una propuesta absurda a ver quién coge la caña.

El recuerdo de Días Internacionales me remonta al Día de la Paz y al Día de la Tierra, los cuales no registran fecha en mi memoria. Sé que existen pero ni idea cuándo. El Día de la Paz, instituido cuando Belisario fue Presidente, era cuando uno podía grafitear calles y paredes (sin que nadie se quejara) con palomas blancas, sonrientes, obesas y de sólo un ala. Las habilidades artísticas se ejercitaban pintando, dibujando o coloreando tal símbolo. Por otro lado, en el Día de la Tierra uno llevaba al colegio una bola de icopor (globo terráqueo) con una carita feliz y se hablaba de todas las cosas malas y en muchos casos invisibles y abstractas, que se le estaban haciendo al planeta. Esos días resuenan y permanecen en mi memoria como días de manualidades y de experiencias artísticas.

De vez en cuando me percato por la radio cuando se celebra el Día del Ingeniero, del Odontólogo o del Maestro y corro a llamar a todos los ingenieros, odontólogos y maestros conocidos para felicitarlos. Eso sí, nunca he sabido que exista Día del Vendedor Ambulante o Día del Peluquero o del Embolador. Al parecer esos cargos no son dignos para tener “Días”. Y a la larga, ¿quién decide y a quién se le asigna el bautizar uno de los 365 días del año? Estoy seguro que el Día de San Valentín y el Día del Amor y la Amistad nace producto de una conspiración clandestina de dueños de moteles, floricultores y productores de chocolates. Muy posiblemente se hizo una reunión secreta en un cuarto oscuro con estos personajes para crear el concepto de un Día -muy cerca del pago de la quincena- donde se ofrecen promociones 2x1 en moteles, flores y chocolates para adornar el concepto del amor y la amistad. Todos los días deberían ser de amor y amistad, pero sólo en esos se regalan cosas.

Intrigado por su origen, investigué la razón de la existencia de los “Días”. Días de Observancia les llaman, cuyo objetivo es el concientizar a las personas, hacer monumentos invisibles alrededor de temas de interés mundial, etc. El concepto está claro, a pesar de no conocer su efectividad. Curioso por el tema, encontré una página Web de las Naciones Unidas donde describen los Días de Observancia. Me emocioné al ver ya olvidadas las fechas del Día de la Paz y de la Tierra (21 de septiembre y 5 de junio), y las acabo de destacar en mi calendario. Además de estos “días”, hay un centenar que pasaba por alto todos los años. Por ejemplo, el 22 de marzo es el Día del Agua. A simple vista el día más chévere… tomar agua todo el día, bañarse en la piscina, ir al mar, hidratarse, etc.… o ¿será que es más acerca de concientizar sobre del uso de este recurso y hasta abstenerse de ir al baño? Día Mundial de la Salud, en el cual los médicos hacen su agosto a pesar que es el 7 de abril. Hay un Día Mundial de la Juventud, y otro de las Personas de Edad, ni idea qué se hace estos días ya que la edad es psicológica. El 10 de octubre es el de la Salud Mental. La gente se volvería loca sin un día como esos. El 21 de noviembre es el Día Mundial de la Televisión; ¡a ver novela todo el día!; que las grandes corporaciones pauten y embrutezcan aún más a los televidentes.

A propósito de celebraciones de ”Días”, recuerdo una anécdota sobre mi abuelo cuando, no sé por qué razón, terminaba sus estudios de bachillerato en el Colegio Ramírez de la entonces gélida ciudad de Bogotá. En ese entonces su profesor de Humanidades, un rolo pretencioso natural de Facatativá, “todo de negro de la cabeza hasta los pies vestido” como Felipe II de España, el 19 de julio, víspera del Día de la Independencia, delante del curso, con rostro solemne y actitud imperativa, le preguntó: “Ala costeño, usted que sabe tanto nos podría exponer brevemente ¿Qué pasó el 20 de Julio?” Mi abuelo se quedó por momentos pensativo y respondió: De qué año, profesor? Cuentan que el “¡plop!” de Condorito quedó chiquito para describir la cara de piedra y el desconcierto del ilustre humanista profesor de Facatativá.

Saturday, March 17, 2007

Con la Careta Puesta

Qué diferente se ve la vida detrás de una careta de marimonda. En el anonimato del sauna en que se convierte la careta en plena Batalla de Flores, la vida cobra un tinte distinto, se adquieren poderes sobrenaturales y facultades extraordinarias. Los colores se exageran, las velocidades cambian, las diferencias son más dramáticas. La máscara transforma. Por esta razón, escribo estas líneas con la careta puesta, y me la quito por ratos para respirar un poco y no ser tan imprudente.
En el Carnaval las máscaras son indispensables. Mientras unos gozan del anonimato que ésta ofrece, otros la utilizan para llamar la atención. Las hay de distintos colores, estilos, y grados de temperatura. Después de los cuatro días de fiesta, hay muchos que se les olvida quitársela y hasta se ponen la cruz de ceniza con ésta puesta. La morisqueta estática, el capuchón inerte colorea el transcurrir de la vida; por eso mi interés de escribir con la careta de marimonda, a ver si se pueden rememorar sensaciones a punto de olvidarse.
Desfilando con la careta puesta, me convencí que el compartir la nacionalidad con los compatriotas del interior es como un arroz con mango. Esta vez, por gozar del beneficio del anonimato, pude esquivar los aguaceros de ¡”Baila Cachaco”! Tan populares en el carnaval. Planeaba libre, con la satisfacción del deber cumplido, mientras me resbalaban los insultos con cada paso por la Vía 40. Con la máscara encima, de repente adquiero el poder sobrenatural de identificar un ‘cachaco’ a más de una cuadra de distancia. Y por ‘cachaco’, incluyo a ‘gringo’, ‘paisa’, ‘boyaco’, ‘opita’ o ‘europeo’. Cuento de repente con la facultad sobrenatural de distinguirlos entre la multitud, destacarlos en una comparsa por el ‘swing’ o falta de ‘swing’, por el chapeado en los cachetes, por el tipo de zapatos, por las muecas después de tomarse un trago seco... las diferencias afloran. Un tiburón detectando una gota de sangre a kilómetros de distancia.
Al quitarme la careta, coger aire, salir del ahogo y de la saturación de cosas obvias, todo vuelve a su cómoda normalidad. La tolerancia y el civismo llenan de aire los pulmones, y uno sonríe porque comparte la patria (cualquiera que sea este concepto que para los costeños tiene su límite en los alrededores de Magangué) con un poco de gente que no tiene puntos de interacción con el plano de la vida cotidiana en un sábado de carnaval. De repente, se inunda la conciencia de frases como la de “Lo mejor de Colombia es su gente...” (¿Según quién? O mejor aún, ¿”según qué experto extranjero en la materia”?), o como la de “Colombia es pasión”, escogida por fríos burócratas andinos cuya única pasión es jugar enruanados al tute, y un poco de datos estadísticos de biodiversidad en cuestión de flora y fauna... el 5-0 contra Argentina, y todo ese poco de clichés que adaptamos para sentirnos más de lo que no somos.
Desde niño me inculcaron el concepto de cachaco a los tropezones. Al preguntar qué era ser cachaco, se me remitió a la serie de ‘Don Chinche’. En esa época me sentaron frente a un televisor y se me dijo... “Esos son puros cachacos”. Yo sólo veía un bigotudo con corbata hablando chistoso, con palabras llenas de ‘ches’ por todos lados... chusma, chusco, cuchuco, chino, chirriao, chepito, chinchurria, etc..., los personajes de la serie chapuceaban estas palabras una y otra vez, hasta saturar y moldear en mi mente el vago concepto del cachaco. Desde entonces, he adquirido la habilidad de detectar en mi ‘cachacómetro’ hasta mínimas trazas de comportamiento interiorano, así estén escondidos por elaborados disfraces multicolores.
En carnaval, a pesar de las máscaras, todas esas diferencias saltan a la vista. Los participantes no pueden esconder su origen y las tribunas no dejan pasar una aunque el personaje desfile disfrazado de marimonda, con su careta encaletada hasta el ombligo y desfilen abrazando a Paragüita. La palabra cachaco ya no se limita a los personajes de ‘Don Chinche’, sino a actitudes y valores presentes en la vida ordinaria. Con la careta puesta me resaltan claramente todas esas diferencias y parece que mi cachacómetro agudiza su sensibilidad a tal punto, que me permitió detectar algunos infiltrados en las últimas filas de las ‘Marimondas del Barrio Abajo’.
Y a propósito, me intriga que fue lo que vio Martín Arzuaga al festejar su gol en Argentina con la careta de marimonda puesta - gesto paradójico de ponerse la máscara para resaltar entre la multitud. Por lo menos estoy seguro que su retina captó una tacada de ‘ches’, que después del partido me imagino saldrían a festejar la victoria de su equipo, comiendo churrasco o chuletas con chimichurri, teniendo como música de fondo una canción de Chabuca Granda.

Monday, March 5, 2007

Lo que te Diga es Mentira

No soy filólogo ni lingüista aficionado, pero confieso que por una extraña y creo que poco común sensibilidad, tiendo a tratar de descifrar qué quieren decir las personas cuando sostengo con ellas conversaciones cotidianas. En esas intrascendentes charlas salen a relucir un sinnúmero de adornadas frases, palabras sonoras expresadas con aire de sobradez y algunas cuyo significado y erudito origen ha sido perrateado por el uso y que al final ni quitan ni ponen o más bien quitan sentido a la conversación, lo cual, justo es decirlo, les importa un pito a la mayoría de mis interlocutores.

El “lo que te diga es mentira”, es una de las expresiones que con frecuencia me impactan, ya que se dicen con la mayor frescura, antecediendo una disertación sobre cualquier tema. ¿Por qué si lo que van a decir es mentira, se gastan tiempo elaborando historias, instrucciones, etc.? ¿Y uno, por qué sabiendo esto le para bolas a lo que le dicen?

Recientemente pedí indicaciones a un amigo sobre una dirección y después del consabido “lo que te diga es mentira” con la pasividad de un oso hormiguero, quitándose toda responsabilidad de encima, prosiguió a brindarme su elaborada ayuda, llena de vericuetos, altibajos en su voz y un mal disimulado placer en escucharse los sonidos que emanaban de su garganta. Al final de la extensa explicación, no supe cual parte era embuste o cual verdad; ni cómo separar ésta de la sarta de mimetizadas mentiras que me condujeron a vagar por calles y avenidas hasta que, mareado por tantas vueltas, decidí tomar un taxi mientras prometía no pararle bolas a quien empezase su conversación confesando cínicamente que todo “lo que te diga es mentira”.

Y qué tal la perlita de frase que es la popular “regálame una…” Todo el mundo pide que le regalen cosas. Se regalan gaseosas, bebidas, sonrisas, media libra de queso, alegrías (con coco y anís), aguinaldos, aplausos, etc., y a pesar que se “regalan”, casi siempre hay que pagar por ellas. La regalada no es regalada si no que siempre está la transacción económica de por medio, el crédito chino, el chan con chan… Entonces, todo el mundo regala cosas, pero al fin y al cabo todo el mundo termina pagando. ¿Cuál es la gracia? Es asombroso que las Fundaciones de Beneficencia no sean más populares en este país. En esas instituciones la gente podría ir a que le regalen cosas, pero acá todo el mundo tiene que bajarse del bus tarde o temprano.
De todas las cosas que se piden regaladas, las campeonas son la firma y la cédula.

Qué tal esas solicitudes de “regálame tu firma” en todo tipo de instituciones que incluyen bancos, restaurantes, supermercados y hasta rifas parroquiales. Uno se siente momentáneamente como una personalidad importante repartiendo autógrafos: Un Pibe Valderrama, Rentería, Shakira… pero, ¡qué va! Se la piden para asegurar que uno pague una culebra.

Con la cédula es otra cosa. La primera vez que me pidieron “regálame tu cédula”, me pegué un cipote susto. Eso fue al pagar la cuenta en un supermercado. Yo creí que los tentáculos de algún concejal de la ciudad habían alcanzado tal grado de sofisticación, que utilizaba los cajeros del establecimiento para asegurar su elección mediante el decomiso del documento de identidad de los clientes del supermercado. En ese momento me corrió una gota de sudor frío por la espalda al rememorar las madrugadas sentado en un bordillo y las filas que me tocó chuparme frente al Edificio de la Registraduría del Estado Civil (tronco de nombre para esa “dependencia”) con el fin de obtener el “precioso documento”, para que sin espabilar la cajera me pidiera que se la regalara. Afortunadamente, después de anotar su número me la devolvió sin preguntar porqué no me parecía en nada a la foto.

No obstante, sí hay expresiones que reflejan realmente lo que se quiere decir y se siente, y la campeona es la que se refiere a que en el Carnaval “quien lo vive es quien lo goza” y la prueba es que su contrario también es una verdad irrefutable, porque también “quien lo goza es quien lo vive”, o no?

Sunday, February 11, 2007

Los Aplausos

Haz el ejercicio. Sintoniza el televisor en alguno de los programas de entretenimiento. Algún ‘Sábados Felices’, algún Jota Mario, émulos de los que hacía Pacheco hace varios años, y que se realizan en presencia de público. Cuando los hayas sintonizado, quédate al frente del televisor y mira el programa durante unos minutos. Cuando la cámara enfoque al público, baja repentinamente el volumen hasta que únicamente escuches el silencio y observa detenidamente a los espectadores aplaudiendo.
El combo entero aplaude contento como si no existiera pasado ni presente. Ese espacio lleno de aire que colapsa entre sus manos y se vuelve a abrir, te seduce. Quien quita que hasta estés tentado a imitarlos, pero te metes las manos en los bolsillos. Al cabo de un rato, el ritmo se intensifica y quedas como pato mirando avión, sin dejarte contagiar por el entusiasmo de ver los robots aplaudir. Se ven tan extraños, por no decir ridículos: los seres más inteligentes de este planeta golpeando sus palmas en señal de admiración o emoción. Cuando ya pasa la escena, le subes el volumen al televisor y entonces otra vez puedes deleitarte con el programa y entretenerte.
Bajar el volumen para ver las cosas de otra manera, funciona también en otras actividades. Al eliminar el volumen en la transmisión de un partido de fútbol televisado, se abre el bosque y ves que son 22 personas persiguiendo un balón. Es muy peculiar la experiencia, ya que en Colombia prolifera tele locutores de fútbol que aún piensan que están narrando por radio o dirigiéndose a televidentes invidentes.
En fin, no me voy a meter ahí... sigamos con los aplausos. Ese golpear repetitivo de palmas para demostrar emoción es extraño y a la vez tan conocido. No he visto otros mamíferos aplaudir. No, mentira. Creo que Wally o Sally, el león marino de algún parque acuático, sabe aplaudir. Al final de la aplaudida, memorizada pavlovianamente a punta de sardinas, el león marino se sumerge en su estanque esperando que le suenen el pito para hacer más piruetas. La gente aplaude al ver a Wally aplaudir. Se aplaude con emoción, ya que hay otros que hacen lo mismo que nosotros.
Me intriga saber cuál será la atracción de aplaudir, siendo ese sólo uno de los tantos sonidos que se pueden hacer con el cuerpo. Se puede gritar, silbar, dar golpes de pecho como los primos gorilas, zapatear, eructar, pero al parecer el choque de manos es el que da mayor placer y sonoridad, y a la vez el que ha sido adaptado por la mayoría de los humanos para aprobar.
Se aprende a chocar las manos desde niños. Cuando un adulto se encuentra con un niño, casi siempre tiende a pedir que le choquen la mano. “Hola nene, choca esa mano”... y el niño babeante extiende sus cinco dígitos para que el mamífero grande se la pueda chocar. ¡Choque esos cinco apéndices del extremo de la extremidad de la mano derecha...!!! Y así, desde temprana edad, se aprende a aplaudir.
Se aplaude cuando alguien termina de hablar y dar un discurso importante, cuando se termina de cantar, y en casos más extremos hasta cuando aterrizan aviones. Es la última señal de aprobación, música para músicos...
Hay muchas formas de aplaudir dependiendo del contexto. Los humanos se adaptan en sus manifestaciones de júbilo dependiendo del recinto o de la intención. No es lo mismo aplaudir cuando pasa la Reina del Carnaval desfilando, o cuando el bachiller se baja del podio después de haber recibido su diploma de graduación. El ritmo y los decibeles cambian bruscamente. Además, ¿qué tal las situaciones cuando no se sabe si es oportuna o no la aplaudida? Tímidamente se comienza a aplaudir y a mirar a ver si nos siguen la corriente... hasta que las miradas del silencio nos dan su veredicto aprobatorio.
Qué tal los osos que se hacen aplaudiendo cuando no se debe. En todo esto también hay normas y códigos que no se sabe quién dictó, pero que forman parte de las más estrictas reglas de urbanidad y civismo. Por ejemplo, está prohibido tajantemente aplaudir cuando se termina un himno, bien sea de un país, ciudad, colegio o los ridículos que se inventaron los japoneses para sus empresas. Esa regla aprendimos a pasárnosla por la faja los barranquilleros, desde cuando Elías Chegwin trataba de terminar de cantar en el Romelio Martínez el Himno de Barranquilla, ondeando por toda la cancha la bandera de la metrópolis, al inicio de los partidos del Junior.
El wagneriano final del himno, con todo y su “Barranquilla procera e inmortal”, era acallado por una estruendosa salva de aplausos, gritos de “Junior tu papá” y una que otra anticipada mentadita de madre, al hasta ese momento inocente árbitro.
Igualmente, se considera de pésimo gusto y signo de corronchería el aplaudir al término de un ‘movimiento’ de un concierto de música clásica. Sólo y solamente, es permitido aplaudir al final de la obra. Si usted es de los que se entusiasma al final de un ‘allegro ma non tropo’ en un concierto, le recomiendo sentarse sobre las palmas de sus manos para evitar aplaudir y que lo fulminen con sus miradas reprobatorias los melómanos asistentes al Amira. Si no lo puede evitar, no se amargue mucho la vida, que más de uno lo acompañará en la peladera de cobre.
Y hablando de ovaciones, recuerdo que mi abuelo refería que los aplausos más estruendosos de los cuales tenía noticia, fueron los que recibió el ganador del concurso para premiar a quien de una sentada se comiera el mayor número de guineos pasos, realizado en Ciénaga como solemne acto de clausura de las trigésimo séptima Fiestas del Caimán.
El ganador, un flaco enjuto y barrigón, natural de Guacamayal, se embutió ciento ochenta y seis guineos pasos de tamaño XL. Al preguntársele cómo lo había logrado, el flaco, con ojos despepitados, voz trémula y temblorosa, en medio de atronadores aplausos sólo acallados por sus eructos y un ataque de hipo arrítmico, antes de desmayarse alcanzó a balbucear: A puntae’pan llavecita, a puntae’pan.

Wednesday, January 17, 2007

La Mano, El Ojo y el Dedo

De la mano de la mano y sus cinco secuaces el hombre ha podido llegar hasta donde está. Quien lo creyera, pero la diferencia entre estar leyendo un periódico en estos instantes y estar montado en un árbol sacándole las garrapatas a la cría, es simplemente por un dedo: el pulgar. El pulgar, ese dedito gordo que ahora sirve para pedir chance o saludar a distancia es lo que ha creado la diferencia con el reino de mamíferos. El hecho que el pulgar fuese oponible brindó la habilidad de agarre y poder disponer de la motricidad fina necesaria para elaborar herramientas, motivando a que los primeros hombres se bajaran de los árboles, y comenzaran a crear el despelote en donde vivimos actualmente. Ese entrenamiento sutil del pulgar es lo que ha permitido el desarrollo de la humanidad.

Ese pulgar, tan crucial e importante en nuestro pasado, ha sido poco a poco desplazado por el índice. El índice es el vecino del pulgar. Envidioso por su reinado, poco a poco lo ha bajado del poder, y lo ha reemplazado. Todo esto ha ocurrido ante la mirada impávida del ojo, que hace las veces de Rasputín. Se ha formado un reinado entre ojo y dedo, ya que parece día a día afianzarse cada vez más.

Hace días visité un restaurante, y ordené comida con el índice. Sí, con el índice. Ni siquiera tuve que musitar palabra. Me trajeron un menú muy bien impreso, con fotos muy bien realizadas para todos los platos ofrecidos. Había fotos para los helados, los platos fuertes, y hasta para los jugos. Señalar es la regla. Si no es con la rayita que muchos tienen por boca, señalar con el índice basta. Con cualquiera de los anteriores, lo que prevalece es el ojo y su lavaperro el dedo.

Pedí un helado y me quedé con el menú en una actitud desconfiada por poder asegurarme que aquello que señalaba con el dedo se parecería a lo que iba a saborear. El margen de error entre la imagen y el resultado final fue mínimo. El helado sabía a emulsión fotográfica. Delicioso. El helado y la foto tenían el mismo ángulo de inclinación, la galleta estaba sumergida al parecer a la misma profundidad en ese mar de chocolate y la pigmentación era perfecta. Un sordomudo estaría muy contento, quizás un manco no tanto.

Con creciente frecuencia, los expendios de comida tienen la foto de lo que se va a consumir, para así facilitar la toma de decisiones. Como si por alguna razón se quisiera cocinar para parecerse a la foto, más que para que sepa a lo que se quiere. Saca de apuros, minimiza el riesgo ya que se cree que se puede saborear todo con la mirada. Con razón tantos restaurantes Mac Donalds se abren en todo el mundo: se curan en salud presentando hamburguesas que se parezcan a la foto. Como todo entra por el ojo… Sin querer queriendo ya se pueden comprar apartamentos, carros, vacaciones, entretenimiento, por Internet, utilizando únicamente el dedo. Con éste se abren las posibilidades, y ahí el abismo inesperado. La zancadilla antes de patear el balón. La pisada de cordón mientras se desfila en misa.

Acá no se pondrá el dedo en ninguna llaga, sino un mar de otros dedos. Asumir que la vida se tiene que parecer a una foto, es el peligro más grande. Los restaurantes que ofrecen una homogenización entre producto visual y producto real, brindan un campanazo de alerta. Poco a poco los lugares, las cosas, tendrán únicamente valor en el sentido que alguien se pueda tomar una foto para que otro más tarde la mire y tome una decisión.

Así como ocurre con la comida y si no se hace algo al respecto, recorrer una ciudad y pedir comida motivados por una foto sera igual. De manera higienica y segura se disenaran sitios que registren bien ante una camara para asi poder ser visitados. Como la cancion de Carlos Vives, la ciudad de Barranquilla no sólo se parecera a New Orleans, sino a un caldo de ciudades fofas, llenas de centros comerciales y almacenes de cadena y terminarán pareciéndose a todas en general y a ninguna en particular. Ni siquiera a sí mismas. ¡Chévere! Postales fragmentadas memorizadas tibiamente y olvidadas con el mismo desparpajo. Lentamente se le hincharan los labios a la ciudad a punta de la silicona de centros comerciales, se le emborrachará con los aires acondicionados soporíferos, y al estar a la deriva echando dedo, lo único que pasara será el tren de la indiferencia y el olvido, pero eso si, estara lista para la foto. No es para echarle la culpa únicamente al dedo, pero quizás tocara pensar como mancos para ver si pudiésemos agarrar las cosas por su esencia; esto es, por lo que son y no por lo que parecen parecer.