Tuesday, May 15, 2007

Posho o Carne?

¿Possshoo o carne? La azafata con acento argentino se me queda mirando mientras se esforzaba inútilmente en mantener su cansada sonrisa. ¿Posho o carne? Hubo silencio. Titubeos. Cálculos mentales rápidos. Precisos estudios de factibilidad. ¿En qué término vendrá la carne? ¿Cuáles son los acompañamientos? ¿Con qué salsita vendrá el pollo o posho? ¿Habra suficiente arroz? Siendo un exponente ejemplar de la generación de los microondas, la respuesta debía salir natural y además rápida… pero en esta ocasión no fue así. Tin marín de dos pingué. Salió de mi garganta un pedido con la convicción tan postiza como la sonrisa de la azafata: “Poshoo, por favor”.

Las cosas en la actualidad se están poniendo cada día más complicadas, y al mismo tiempo más y más simples. Una comida queda resumida en un “pollo o carne”. Quizás sea el mecanismo de defensa para compensar por una realidad que tiene atascada la chancleta del acelerador. Simples me refiero a que muchas decisiones aparentemente elaboradas se enmascaran detrás de decisiones binarias. Las aerolíneas han amansando a la clientela del gallinero con cajitas felices de carnes sancochadas y pastas averaguadas que se cocinan en receptarios parecidos al de los Jetsons.

Al bajarnos de cualquier avión las simplificaciones continúan. Por ejemplo, hamburgueserías, sanducherías y pizzerías, entre otros, aplican la misma táctica de las aerolíneas ofreciendo soluciones prácticas y simples para lo que se ofrece. Échale piña, y dos paraguitas alrededor de la bebida y por arte de magia se convierte en una experiencia hawaiana. Si quieres una experiencia Italiana, que le echen tomates, queso “estilo mozzarella” y alguna carne encurtida. Si se quiere algo Thai, échale alguna fruta dulzona y ácida, espolvorea ajonjolí y unos palitos chinos y listo. Échale buena salsa de soya para hacerlo chino o japonés, queso Feta y aceitunas si lo quieres griego, y si se quiere algo francés métele champiñones por algún lado y ponle un nombre impronunciable. El guacamole, el fríjol refrito y algún jalapeño convierten cualquier plato en una experiencia mexicana. Lo criollo, con salsa de tomate y cebolla y alguna arepa. Y casi se me olvida “El Gourmet”…Pongale “gourmet” a lo que sea, y este dispuesto a pagar mas, y a quitarle las maticas verdes que dan el toque de cache. Hay de ensaladas a pizzas gourmet, y no me extranaria que exista por ahí una zanguaza o tripa gourmet tambien. A la larga, el mundo se achica cada vez más y los ingredientes utilizados permiten una degustación global y superficial de las costumbres de otros países y culturas.


La solución de moda es coger todo tipo de clichés, meterlos en una licuadora y servir las expectativas de lo que se anhela. No se ofrecen experiencias culinarias: se sirven expectativas. Expectativas a medias alimentadas por los chefs de supermercados, por las sugerencias detrás de las etiquetas de productos que ofrecen “tips” para hacer platos exóticos en menos de cinco minutos usando ingredientes enlatados. La comida rápida se ha metido en todas partes, y hasta ha acelerado un poco esa comida aparentemente lenta. No hay tiempo para saber el por qué de las preparaciones o de los ingredientes de las regiones; sólo hay tiempo para coquetear el paladar con lo más representativo, lo más general y al mismo tiempo más superficial de cada cultura. Por esta razón, ha empezado, sin querer queriendo, otro tipo de comida fusión. Una fusión a la carrera, a los trompicones y completamente superficial.

Así como van las cosas, está cada vez más cerca la era gastronómica en donde la humanidad se alimentará a punta de extractos envasados en tubos de pasta de dientes, refractarios ergonómicos que se calientan en cinco minutos, y píldoras con sabores aparentemente naturales. Las madres del futuro no heredarán la parsimonia y el amor por el ritual de preparar los alimentos y el placer de degustarlos, pero si quizas una voraz efectividad. Las nuevas generaciones se emocionarán con platos simplones de pollo o carne, calentados maternal y eficazmente con el pulsar de un boton en un súper-microondas.

Menos mal que esta tendencia se encontrará con una férrea resistencia compuesta por un ejército de pregoneras de alegría de bollos de Montecristo, de butifarras de Soledad, de expendedores esquineros de arroz de lisa, vendedores de cocadas y mongo-mongo de Palenque e itinerantes distribuidores callejeros de peto, quienes tienen en sus chazas, palanganas y poncheras, bien inoculados los genes de la supervivencia.

Saturday, May 5, 2007

Las Manos de Alfonso

Aproximadamente cada ano bisiesto, o Miercoles de luna llena me detengo a ver mis manos por un momento: Las escudrino como si fuesen mascotas que algun dia se perdieron, y volvieron a saludar. Cuando apenas las alcanzo a reconocer, se me pierden de nuevo. Trato de mirarlas a ver si pueden ofrecer pistas acerca del paso del tiempo, y siempre aparecen indescifrables.

Mis manos son gordas, de palma ancha y dedos acolchonados; facilmente secuestrable por la bruja de Hansel Y Gretel. He comparado mis manos con otras manos buscando arrugas, lunares, montes de venus, lineas de la cabeza que puedan brindar algun dato no cuantificable acerca de algo tan ambiguo como la vida (mi vida). Nunca puedo atar los cabos, traducir los montes y quedo proyectando versos olvidados de algun libro de quiromancia.

Mi mama siempre cuenta que lo que le cautivo de mi papa, eran las manos…Teniendo esto en cuenta, y haciendo un arbol geneologico “manual”, heredo de mi “mama orquesta” manos que tocan de saxofon hasta flauta traversa, mientras que en mi lado paterno encuentro solo manos de pianistas: mi abuela tocaba el piano, y mi abuelo escribia a maquina. A mi forma de ver, era casi la misma cosa: musica para los oidos, musica para los pensamientos. Musica al fin y al cabo, tocada por unas manos inolvidables.

Aprovechando ser el primer nieto, le encimaba todas las tareas que tenian que ver con escribir un resumen, un ensayo acerca de cualquier libro a mi abuelo Alfonso. A esa edad no tenia conciencia de La Cueva, Del Grupo de Barranquilla, Gabo, Samudio, etc… todos estos nombres se camuflaban en los cuartos (y hasta neveras que despues me contaron) tupidos con libros al momento de visitar la casa de los abuelos todos los Domingos o noches antes de entregar ensayos para clase de Espanol. En ningun momento se me cruzaba por la mente que las tareas que me ponian (o nos ponian –incluyo a mi Abuelo) eran de sus amigos de toda la vida.
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Las citas con mi abuelo giraban alrededor de mis tareas para clase. Llegaba con apuntes en el cuaderno, hojas escritas a mano, y como no habian computadores en la epoca, dependia unicamente de su maquina de escribir Nos sentabamos juntos, lado a lado; un gaguito en potencia y otro que unicamente lo hacia escribiendo a maquina; el escribia, yo dictaba, y a duo terminabamos ensayos acerca de libros de Gabo, Vargas Llosa, Samudio, Calderon de la Barca entre otros. Las manos de mi abuelo eran gordas y arrugadas,; dedos como rodillas de elefantes que bailaban tap en una superficie inclinada llena de teclas. Habian momentos en donde me embobaba viendolas moverse con gracia sobre el teclado al mismo tiempo que escuchaba las correcciones de estilo. En algunas ocasiones se debatian las ideas, en otras dejaba que las perfumara un poco, mientras en otras, ya probablemente cansado, se remitia a ser unicamente mi escriba.
Las manos de mi abuelo son las que hoy recuerdo mientras veo mis manos bailar torpemente sobre un computador. Son manos que no he visto hace aproximadamente doce anos. Mis manos bailan mas cerca al teclado que las de mi abuelo. Escribo con los cinco dedos sin mirar el teclado y no con los dos indices. A pesar de la diferencia tecnologica, el desorden alrededor es el mismo y el silencio entre palabra y palabra es igual de ensordecedor.

Me detengo en mis manos. Trato de reconocer unas manos de adulto, unos nudillos como rodillas de elefante prepubescente, unas sucias de pintura y aceite de linaza que pretenden escribir mas a menudo para asi hacer honor al abuelo escritor. De repente, el silencio al escribir es mas sonoro que cuando se pinta. Aquel titubeo, aquel impulso ciego de la mano al tratar de rematar esta columna, desnudan de nuevo las manos al frente mio; acercandolas al recuerdo de las otras manos que bailan en la memoria.