Tuesday, August 1, 2006

El Miedo y las Superficies

Hace unas semanas se me ocurrió la no muy original e inocente idea de escribir sobre mis experiencias cuando asisto a misa. Ante todo, quiero pedir disculpas si mi confesión causó molestias o irrespeté las creencias de algunas personas. Nunca fue esa mi intención.
A causa de ese escrito en donde describía mi frustración por no poder participar de igual manera que otros afortunados feligreses del Santo Sacrificio, recibí un aguacero de reclamos de todos los colores y sabores. Después de esa experiencia ahora me da miedo aburrirme en misa y he prometido nunca más volver a ventilar mis traumas religiosos de fe por escrito. Me concentraré en temas menos espinosos, ya que no soy teólogo, filósofo, ni intelectual declarado, sólo intenté describir e interpretar situaciones por las que creo, más de uno pasamos.
Varias cosas me gustaría aclarar acerca de mis traumas con la Misa y la Religión. Fui bautizado y creo que lloré cuando me echaron el chorrito de agua fría. Hice la primera comunión y fue la primera y única vez que pude ponerme un vestido entero blanco con zapatos de charol blanco. Al hacer la confirmación, creo que el desencanto con los rituales de la iglesia se agudizaron. Los domingos cuando no me escondía en el closet para no asistir a misa, me iba temprano al partido del Junior, esa era mi salvación. A pesar de todas estas estrategias para esquivar la Eucaristía, guardo en mi billetera una estampa de la Virgen de la Candelaria (obsequio de mi abuela materna) y cada vez que viajo no puedo hacerlo sin que mi abuela paterna me persigne con agua bendita. Al estar en un avión, me persigno y rezo para que no pase nada malo, lo cual me ha dado excelentes resultados, y de vez en cuando, me sorprendo yo mismo al encontrarme terminando mis conversaciones con un “...si Dios quiere”, “Gracias a Dios”, etc... Acepto entonces, que soy uno de esos cristianos con problemas de ignorancia y analfabetismo litúrgico, que desafortunadamente, al igual que otros, se aburre en las misas y por más que he tratado no he podido cogerle el gusto de participar activa y conscientemente en ellas, al igual que otros.
Y me aburro, entre otras cosas, ya que no puedo relacionar esa media hora de misa con las actitudes que observo en feligreses después y antes de la misma. Muchas veces veo gente mentando madre en el parqueadero después de haber comulgado. Con frecuencia me veo peleando contra “malos pensamientos” inspirados en los escotes y minifaldas en la pasarela que se convierte esta ida a misa. Soy culpable entonces, de sólo ver las cosas que ocurren en la superficie de tan importante sacramento, y quizás esto proviene de mi obsesión por la pintura y por las superficies en general.
Enfatizo esto, ya que las superficies, su oleaje cromático, sus quebrantos topográficos, sus ritmos sensuales, son los que cautivan mi atención. Estos mismos quebrantos en la superficie de la vida que vivo es lo que ha formado mi quizás miope punto de vista al referirme a las misas, y quien quita que para todas las cosas en general...
Escribo esto para todos los numerosos robots que como yo, repiten, se sientan, se ponen de pie y no alcanzan ni a ver ni a percatarse de toda la dimensión de este ritual. Algunos de estos robots, mandaron cartas de solidaridad, mientras otros deseaban que me quemaran en la hoguera y solicitaban mi excomunión. Me mandaban a castigar en nombre de Dios por haber ventilado mis pensamientos en público, mientras otros lanzaban improperios personales infundados, porque consideran, como algunos fanáticos de la edad media, que el humor y la religión son incompatibles.
Guardadas las proporciones, me sentí como un Salman Rushdie o un caricaturista danés ante los ataques de los fundamentalistas islámicos.
Siguiendo la recomendación de uno de mis lectores de leer la Biblia me alegra saber que “Dichosos los que no han visto y han creído”. ¡Dichosos definitivamente!

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