Tuesday, January 31, 2006

En Nombre de los Nombres

Yo creo que en estos tiempos son contadas las cosas a las que hay que señalar con el dedo para poder identificarlas. Hoy en día todo o casi todo tiene nombre. García Márquez tenía razón en la prehistoria de Macondo... ahora creo que hay que volver apuntar con el dedo las cosas para no gastarles el nombre, ya que de tanto pronunciarlo, tiende a perder su sentido. No me voy a volver filósofo ahora, pero el nombre propio es algo complicado ya que es simultáneamente público y privado, y las dos instancias existen al tiempo. Reconozco que escuchar el nombre propio en ciertos contextos, puede ser el sonido más hermoso del mundo...”El Premio Nobel se lo gana...”, “El mejor amante que tuve fue...”, “El empleado del mes es...” A sabiendas de esto, hay veces en que el resultado es completamente opuesto.
Alguna vez por una sobreventa de tiquetes en un vuelo, tan de moda en estos días, me tocó volar en primera clase, en calidad de ‘ascendido’, palabra sublimada en el vocabulario utilizado por las aerolíneas. Las veces que viajo voy mentalizado a hablar lo menos posible, ya que fraternizar en vuelos produce tortícolis, eso sin mencionar jartera. Pues sí, uno va haciendo la fila para ingresar al avión, en el éxtasis cómodo del anonimato y al presentar el tiquete a la azafata...ésta lo mira, percibe que es primera clase y dice: “Bienvenido Sr. Fuenmayor”. Mi primera reacción fue sonreír mientras flotaba hacia el trono asignado. Me sentía realmente ‘de primera clase’, importante, bienvenido, diferenciado de la chusma a la que antes pertenecía...
El encanto sólo me duró pocos segundos.
No había terminado de abrocharme el cinturón de seguridad, cuando me percaté que una desconocida me daba la bienvenida... Una mujer que no me toparé en un futuro cercano, una mujer que me brindará gaseosa sin hielo, y la misma que me mirará con desprecio al aplaudir al aterrizar el avión, ¡se ha memorizado mi nombre! No se porqué, pero me sentí en cierta manera usado. Me molestó sobremanera que el motor para memorizar mi nombre haya sido el de tener un tiquete más caro en mis manos.
He visto esa modita en varios establecimientos. A algún genio de hotelería se le ocurrió que había que memorizarse los nombres de los huéspedes y clientes para que estos se sintieran en confianza. ¡Exabrupto! No sé por qué pero creo que el nombre es algo privado y que sale a relucir después de una negociación mutua. Me parece engañoso forzar una confianza a costa de aprenderse los nombres de manera mecánica por el hecho de pagar un dinero ya sea para una habitación, vuelo o lo que sea.
Poco a poco he visto que el abuso del nombre se ha infiltrado en lugares donde se venden y compran cosas de uso diario. Veo nombres bordados en chaquetas, o botoncitos brillantes para identificar a los dependientes y hasta en gorras. Al pagar la cuenta, se percata que la persona se llama ‘Jonathan’, y para qué negarlo, dan ganas de llamarlo ‘Jonathan’, para supuestamente entrar en confianza y hacer la transacción comercial menos dolorosa y más humana. ¡No se dejen engañar, es una trampa! No tengo nada en contra de Jonathan; posiblemente seamos hinchas del mismo equipo y compartamos el gusto de las lentejas, pero hasta ahí.
No quiero pecar de misántropo... pero en verdad, el nombre es la puerta para conocer personas nuevas y considero que no se debe abusar de él. Hasta hemos recurrido a la religión para celebrar nuestro nombre... En ese calor pegajoso nos ponen un trajecito de viejito, y con un chorrito de agua fría en la cabeza nos bautizan; desde ese momento en adelante ya no hay que apuntarnos con el dedo, toca referirse a nosotros con nombre propio.
Por otro lado, el nombre, o conocer el nombre del otro, es un premio si se puede decir, a la dedicación de querer socializar Por ejemplo, me da vergüenza no acordarme del nombre de personas con quien fraternizo. Da vergüenza saludar, despedirse de alguien sin acordarse de su nombre. Por fortuna alguien se inventó ‘hey’, ‘cuadro’, ‘pana’, ‘primo’, ‘calidad’, ‘parce’, ‘llavería’, ‘viejo man’, ‘socio’, ‘Juancho’, etc., para sustituir esos momentos de amnesia inoportuna. Nos acordamos de los nombres de cosas importantes; al resto de minucias ni le ponemos atención. Por otro lado, qué alegría cuando alguien a quien conocemos nos llama por nuestro nombre... pero al contrario, qué decepción cuando fraternizamos y alguien se nos refiere con otro nombre completamente distinto al nuestro. En algunas ocasiones sucede que nos llaman por el nombre de nuestro papá, abuelo, tío; como si fuéramos un clon de ellos en otra generación. Asimismo, con efusividad me saludan, me charlan, me invitan a almorzar a la casa, me cuentan chismes y se refieren a mí con un nombre completamente distinto. (Ojalá la persona que se refiere a mí como Miguel, y a quien conozco hace años, lea esto y haga la corrección). He concluido que no soy la única víctima de esta epidemia.
Con mi vocación innata de contribuir a resolver problemas de la sociedad de los que no se ocupa nadie, le recomiendo que cuando alguien se le dirija llamándolo con un nombre distinto al suyo, salúdelo, no con el nombre de su ocasional contertulio, sino con el que usted ha sido bautizado. Con toda seguridad él le dirá “yo no me llamo fulano de tal”, a lo que usted triunfalmente responderá: Yo sí. Y santo remedio.

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