Monday, March 5, 2007

Lo que te Diga es Mentira

No soy filólogo ni lingüista aficionado, pero confieso que por una extraña y creo que poco común sensibilidad, tiendo a tratar de descifrar qué quieren decir las personas cuando sostengo con ellas conversaciones cotidianas. En esas intrascendentes charlas salen a relucir un sinnúmero de adornadas frases, palabras sonoras expresadas con aire de sobradez y algunas cuyo significado y erudito origen ha sido perrateado por el uso y que al final ni quitan ni ponen o más bien quitan sentido a la conversación, lo cual, justo es decirlo, les importa un pito a la mayoría de mis interlocutores.

El “lo que te diga es mentira”, es una de las expresiones que con frecuencia me impactan, ya que se dicen con la mayor frescura, antecediendo una disertación sobre cualquier tema. ¿Por qué si lo que van a decir es mentira, se gastan tiempo elaborando historias, instrucciones, etc.? ¿Y uno, por qué sabiendo esto le para bolas a lo que le dicen?

Recientemente pedí indicaciones a un amigo sobre una dirección y después del consabido “lo que te diga es mentira” con la pasividad de un oso hormiguero, quitándose toda responsabilidad de encima, prosiguió a brindarme su elaborada ayuda, llena de vericuetos, altibajos en su voz y un mal disimulado placer en escucharse los sonidos que emanaban de su garganta. Al final de la extensa explicación, no supe cual parte era embuste o cual verdad; ni cómo separar ésta de la sarta de mimetizadas mentiras que me condujeron a vagar por calles y avenidas hasta que, mareado por tantas vueltas, decidí tomar un taxi mientras prometía no pararle bolas a quien empezase su conversación confesando cínicamente que todo “lo que te diga es mentira”.

Y qué tal la perlita de frase que es la popular “regálame una…” Todo el mundo pide que le regalen cosas. Se regalan gaseosas, bebidas, sonrisas, media libra de queso, alegrías (con coco y anís), aguinaldos, aplausos, etc., y a pesar que se “regalan”, casi siempre hay que pagar por ellas. La regalada no es regalada si no que siempre está la transacción económica de por medio, el crédito chino, el chan con chan… Entonces, todo el mundo regala cosas, pero al fin y al cabo todo el mundo termina pagando. ¿Cuál es la gracia? Es asombroso que las Fundaciones de Beneficencia no sean más populares en este país. En esas instituciones la gente podría ir a que le regalen cosas, pero acá todo el mundo tiene que bajarse del bus tarde o temprano.
De todas las cosas que se piden regaladas, las campeonas son la firma y la cédula.

Qué tal esas solicitudes de “regálame tu firma” en todo tipo de instituciones que incluyen bancos, restaurantes, supermercados y hasta rifas parroquiales. Uno se siente momentáneamente como una personalidad importante repartiendo autógrafos: Un Pibe Valderrama, Rentería, Shakira… pero, ¡qué va! Se la piden para asegurar que uno pague una culebra.

Con la cédula es otra cosa. La primera vez que me pidieron “regálame tu cédula”, me pegué un cipote susto. Eso fue al pagar la cuenta en un supermercado. Yo creí que los tentáculos de algún concejal de la ciudad habían alcanzado tal grado de sofisticación, que utilizaba los cajeros del establecimiento para asegurar su elección mediante el decomiso del documento de identidad de los clientes del supermercado. En ese momento me corrió una gota de sudor frío por la espalda al rememorar las madrugadas sentado en un bordillo y las filas que me tocó chuparme frente al Edificio de la Registraduría del Estado Civil (tronco de nombre para esa “dependencia”) con el fin de obtener el “precioso documento”, para que sin espabilar la cajera me pidiera que se la regalara. Afortunadamente, después de anotar su número me la devolvió sin preguntar porqué no me parecía en nada a la foto.

No obstante, sí hay expresiones que reflejan realmente lo que se quiere decir y se siente, y la campeona es la que se refiere a que en el Carnaval “quien lo vive es quien lo goza” y la prueba es que su contrario también es una verdad irrefutable, porque también “quien lo goza es quien lo vive”, o no?

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